¡Vaya safari de mierda! (II) - Moneda Única

Jesús Centenera.
Agerón Internacional.


Sudáfrica 2001

Seguimos por una carretera hasta encontrar, por fin, la manada de búfalos. Y aquí es donde empezó a cambiar el ánimo de todos. No sólo veíamos los animales en ese claro del bosque bajo, sino que nuestro “ranger” puso la tracción a las cuatro ruedas y nos acercó a escasos diez metros de los animales. Con las hembras y las crías en medio, y los machos y algunas hembras formando un círculo alrededor, los rumiantes mantenían una actitud de ignorarnos de forma vigilante. Vimos a los terneros (se llaman terneros, ¿no?) siguiendo a sus madres, vimos también a los machos dominantes rodeados de sus hembras (estos sí que saben), a un macho joven intentando montar a una hembra, hasta que fue embestido por uno de los machos dominantes. Bueno, al fin habíamos visto al búfalo, uno de los “cinco grandes”. Muchos y de cerca, pero no dejaba de ser un rebaño de herbívoros, como nuestras vacas, con sus machos al lado.

Empieza a anochecer y nos ponemos en marcha de nuevo. El rastreador va sentado en una silla sobre el capó delantero con un foco con el que barre a ambos lados de la carretera, pero no esperamos ver mucho, porque, afirma la “ranger”, si deslumbramos a un herbívoro y lo exponemos con la luz, estamos dando facilidades para que lo ataquen y se lo coman los carnívoros (¿Pero qué carnívoros?, ¡por Tutatis!), por lo que parece que el día de safari ha terminado. De repente, dos luces brillan en la carretera. Son el reflejo del foco en los ojos de una majestuosa leona. Paramos el vehículo y bajamos la luz, viendo cómo se acerca, y, ¡No puede ser! Uno de los sonidos más peligrosos y espeluznantes que puedes oír en el “bush”, justo detrás de nosotros. La “ranger” se bajó a comprobarlo y, efectivamente, era el sonido de una rueda pinchada que pierde aire. La “ranger”vuelve al Land Rover y da marcha atrás en la carretera, unos doscientos metros, para alejarnos de la leona. Nos hace colocarnos delante de los focos, todos juntos, mientras ella y el rastreador cambian la rueda. Yo permanezco en el lado derecho junto al coche, haciendo girar la luz hacia los lados, para ver si se acerca algún animal. Al principio parece puro teatro, pero luego nos damos cuenta de que están preocupados de verdad y nerviosos, al quitar las tuercas y cambiarle la rueda. La leona se acerca un poco más, pero sigue a más de 150 metros. Se acerca a 125 metros, mirándonos de frente. Y hasta 100 metros. Le brillan los ojos por el reflejo. Luego, por suerte, desaparece por la izquierda.

Por fin, subimos todos y volvemos hacia donde estaba la leona. Los guías saben que los leones mataron una cebra ayer y la familia de leones la está comiendo. Una vez más, salimos de la carretera con la tracción a las cuatro ruedas, y nos internamos en el “bush”. Volvemos a ver a la leona delante del coche. Las instrucciones son precisas y tajantes. No hablar alto, no levantarse, no salir del vehículo. Si no se sienten amenazados, los leones nos ignorarán, como los búfalos. O eso dice la “ranger”. A diez metros, alumbrados por el foco detrás de unos árboles caídos, vemos la melena de un león. Demasiado lejos, dice la “ranger”, vamos a acercarnos. Siete metros y vamos rodeándoles, cuando vemos sentado a su lado, un segundo macho. Seis metros y vamos a salir marcha atrás, sólo con las luces del coche, para acercarnos más. Se cala el coche. Obscuridad y silencio, interrumpido por ligeros gruñidos de las hembras y el terrorífico sonido de los huesos de la cebra al quebrarse ¡Quién dijo miedo! Intenta arrancar pero no lo consigue. Estoy sentado en la primera fila, del lado de los leones, a sólo seis metros, a oscuras y no arranca. Por fin, el suave ronroneo y las luces de vuelta. Al echar marcha atrás, me quedo situado en el lado “seguro”, contrario al de los leones, pero con la espalda a la espesura de la oscuridad. Aparto la caja de la radio y me siento más hacia dentro, más cerca de la “ranger”, ¡Janine, que no es lo que tú piensas, mujer! Es más bien, que con todo lo que he viajado, mira que venir a morir aquí devorado por leones. Ya estamos a sólo tres o cuatro metros de los animales. Encendemos el foco y vemos dos cachorros con los machos. Uno de ellos se está comiendo el cerebro de la cebra, y vemos como brillan los dientes de ésta, como si se riera, cada vez que se le mueve la cabeza arriba y abajo, por los mordiscos del cachorro. Aparece un tercer cachorro. Detrás, esperando su turno, están las leonas, cuatro de ellas. Tienen hambre, pero esperan y esperarán hasta que acaben los machos. Hacemos fotos a los leones machos y a los cachorros, pero sin perder de vista a las hembras. Pasan unos diez interminables minutos y, por fin, nos vamos.

Ha sido una larga y excitante noche ¿Ha sido? Cuando volvemos a la senda principal, vemos un macho joven. La “ranger” para el vehículo y nos señala a la derecha. No es un macho solitario, es otra pequeña partida, un grupo de cinco individuos. Dos machos jóvenes, de unos tres o cuatro años, dos hembras y una hembra de un año. Se detienen en la senda. Olisquean el suelo. Saben que no es su territorio, pero pueden oler la carne de la cebra. Y están hambrientos, se les ven los huesos y tienen la piel colgando. Se juntan mucho, formando una falange compacta. Están a quince metros de nosotros, pero nos ignoran. Siguen olisqueando el suelo y, finalmente, cruzan la senda. Nosotros damos marcha atrás y luego nos volvemos a internar en el bosque para ver el enfrentamiento. Sólo la leona pequeña se queda atrás, el resto, avanza remolonamente. Parece como si se dieran ánimos, empujándose y rozándose suavemente. Una de las leonas del grupo grande se les queda mirando. Flexiona las patas y echa hacia atrás las orejas. Con el foco apuntando al suelo, la vemos en la penumbra en posición de ataque y escuchamos los gruñidos. Que tensión. Pasan minutos eternos. De repente, uno de los leones jóvenes del segundo grupo arranca hacia la leona que gira y se aparta, volviendo hacia donde están los cachorros y los machos. El más joven de ellos se levantó y se acercó al trote. Ruge en la noche, y vemos como pone en fuga al otro grupo. Pasan corriendo a tres metros del coche, con el macho joven detrás de ellos. Les perdemos de vista y volvemos a oír un rugido y golpes secos. No sabemos si le ha matado o no. Nos movemos lentamente, pero ya se han ido. El macho espera en la senda un rato y luego regresa con su grupo. Ahora sí que sí. Dejamos a los catorce leones y volvemos al campamento.

Estamos todos muy excitados, hablando a la vez. La “ranger” afirma que en todos los años que lleva aquí nunca había visto una pelea de dos grupos de leones. Eso se lo dirás a todas, Janine. O a lo mejor no. Nos sentamos alrededor de la fogata central, en sillas bajas, tomando café y carne de impala ¡Qué olor tan delicioso! Y tanto. Como que se ven brillar en la obscuridad, a menos de cien metros, los ojos de un guepardo. Salen los vigilantes del campamento para asustarle y alejarle ¡Pues resulta que sí que iba a ser verdad lo del cartelito! Así que, al acabar la cena, y las batallitas, nos vamos, debidamente escoltados, a nuestros “bungalows”, que cerramos cuidadosamente, antes de irnos a dormir. No sé cómo serán otros safaris. Mi primer día ha sido increíble.

 

Jesús Centenera.
Agerón Internacional.

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