Jesús Centenera.
Agerón Internacional.
Sudáfrica 2001
La culpa es de Robert Redford, claro. Todos los que hemos visto “Memorias de África”, tenemos grabado a fuego en la pupila la imagen de la avioneta sobrevolando las sabanas amarillas de África Oriental (no sé si será el Masai Mara o el Serengeti), con rebaños gigantescos de cebras y de ñus corriendo por las mismas. Por eso, cuando se sobrevuela la zona del aeropuerto de Skukuza, que da servicio al Parque Kruger, se te pone cara de tonto ¡Anda!, me he equivocado… Aquí se ven muchos árboles y arbustos, pero de llanuras amarillas nada, de nada. En inglés lo llaman el “Bush”, que puede ser arbusto, mata, o matorral, pero que en este entorno es más bien “el campo, el monte o el bosque bajo”, con independencia de la altura. Y de rebaños corriendo, tampoco. ¡Ah!, es que Skukuza está a una hora y pico de la reserva, a lo mejor es por eso.
Así que, después de un viaje agotador (es lo que tiene padecer de “Wanderlust”), te espera una furgoneta con un simpático chofer, vestido de caqui, y con galones (¿galones?, ¿pero por qué lleva este tipo galones?), que te conduce a través de la zona que los campesinos le han ganado a la naturaleza. Muchos niños y mujeres cargando bidones con agua, ¡Siempre el problema del agua! Cuando por fin llego al campamento, segunda sorpresa. Esta es la reserva de Manyeleti, no la del Kruger. Cuando vuelva, me van a oír. ¿O, a lo mejor me lo dijeron y yo no me enteré, porque voy siempre a la carrera? En fin, reserva privada y colindante con el parque, pero lleno de árboles. El campamento se llama Khoka Moya Safari Lodge. Y a la entrada, me encuentro con un cartel que reza:
“Aviso. Nuestro campamento se haya situado en una reserva de los “5 grandes” y está sin vallar. Pueden encontrarse animales salvajes, tales como el león, leopardo, elefante, búfalo y rinoceronte, entre otros. Se ruega a los huéspedes que permanezcan dentro de los límites del campamento, a no ser que vayan acompañados por un Ranger o un oteador. Por la noche, el campamento es patrullado por el personal de turno de noche. Si necesita usted su ayuda, están disponibles para escoltarle a y desde su chalet. Gracias por su cooperación y disfrute de su estancia.”
Bueno, menos lobos, caperucita. No será para tanto, pero el cartel queda muy bien a la entrada. Así que, tras rellenar los papeles en recepción, me acompaña un empleado del campamento hasta mi cabaña, y me dice que me apresure, que en diez minutos sale el primer safari ¡Bien! La verdad es que todo muy mono, con sus “bungalows” de madera, estilo Mogambo, con mosquiteras sobre las camas, un primor. Salgo de mi cabaña, la del “elefante”, porque todas tienen un animal dibujado en la entrada, en lugar de número, y me dirijo al centro del complejo, donde hay restos de una gran fogata. La guía, o “ranger” Janine Fraser, una mujer joven, enamorada de su trabajo, vestida con camisa verde y bermudas caqui-verdosas, con el pelo rubio corto y los ojos muy azules, nos está esperando en la plaza central. Ya están allí todos. Un grupo joven, formado por una pareja de alemanes, otra de holandeses, otra de canadienses y yo mismo. Lleva un rifle tipo mosquetón, de la Gran Guerra sin duda alguna. Nos dice que sólo lleva proyectiles para búfalo o elefante, por si arrancan contra nosotros, y que los otros animales, “no son peligrosos”. Y dice que vamos a ir andando, por en medio del matorral y los árboles bajos, que dificultan la visibilidad. Bueno, yo, por si acaso, me pongo en medio de la columna de a uno, porque en las películas siempre se comen al que va el último. O se hunde el primero en arenas movedizas.
Después de media hora de marcha, viendo insectos, plantas y sobre todo excrementos, te preguntas por qué lo llaman safari. De verdad que esta rubia se para en cada excremento que vemos, lo toca, lo pasa alrededor y nos va explicando de qué animal es. Cilíndrico y con mucha hierba: de elefante, claro. Alargado en tubitos finos, parecidos a los de oveja, pero más largos, sin duda de jirafa. Aplastado como las boñigas de Santander o Galicia… ¿de vaca? Casi, de búfalo. Y el más curioso. Una plasta con puntitos blancos repartidos. De hiena. Son los restos de los huesos triturados que ha comido. En fin, vaya mierda de safari, o vaya safari de mierda. Y animales, ni uno, ¡eh! Eso sí, oímos a lo lejos un elefante barritar. Pero muy de lejos. También vimos restos de pisadas, los restos de la hierba aplastada donde han dormido los rinocerontes (o eso dice Janine), la senda hasta el agua de los hipopótamos o los animales que han pasado por la forma y la frescura de los excrementos. Pero, ¡si hasta tenía un cuaderno con las muestras de heces cada animalito! Ignorante de mí, como buen occidental, voy buscando los “5 grandes”, como pomposamente lo presentan publicitariamente en todos los safaris. Cuando lo que la buena de Janine hacía era hablarnos del hábitat, de los árboles, los insectos, la naturaleza en su conjunto. Esto no era un zoo, era un ecosistema completo.
Pasada esa media hora, llegamos a la charca, porque allí era donde iban a abrevar los animales. Pero no debía ser la hora, porque sólo vimos tres pares de ojos, a lo lejos, dentro de la charca, pertenecientes a tres supuestos hipopótamos, que apenas se movían. Estaba esperándonos un Land Rover verde descubierto, con un oteador local. Tras otra media hora mirando a los ojos de los hipopótamos hipnotizadores, nos pusimos en marcha en nuestro desvencijado vehículo, y empezamos a recorrer caminos de tierra batida, por en medio del “bush”. Vimos muchas gacelas o impalas, que están por todas partes. También al pájaro rojo que viene desde Siberia, que ya es un trayecto, y una jirafa. Poco y de lejos. Hasta que hicimos una pausa. Probablemente para recuperarnos de las emociones fuertes que llevábamos vividas. Fue junto a un termitero gigante, abandonado, claro. Bueno, la cerveza estaba fría y el vino blanco sudafricano no es malo, y nos dieron una carne seca, típica de los “Boers” sudafricanos. También comimos fruto del Amarulo, árbol típico africano, que tienen un hueso grande dentro de una piel dura, con un sabor parecido a los lichis, y con un cierto parecido a los albaricoques. Nos dijeron que a los elefantes les encantan. Claro, ese elefante al que habíamos oído barritar. Fuimos a una segunda charca, pero tampoco había animales bebiendo. Eso sí, vimos excrementos de búfalo. Lo dicho, unos auténticos expertos en mierda.