La seguridad del aeropuerto de Beirut - Moneda Única
Opinión

La seguridad del aeropuerto de Beirut

Jesús-Centenera-(Ageron)

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


Como el país era “la playa de Oriente Medio”, volaban jeques, emires y príncipes, por lo que las tiendas del aeropuerto eran de cortar el hipo, con los Hermès, Swarowski, Mont Blanc, joyerías, etc., tan caros que no ponían ni el precio (a los ricos de verdad no les interesa).

Así que di varias vueltas mirando con pinta de entendido y de pudiente, pero los dependientes ni me miraban porque iba con mi disfraz de viaje a esos países. Es decir, un traje gris viejo, sin corbata, con un pequeño enganchón y con barba de cuatro días, para confundirme con el paisanaje. Ríete, pero con esa mitad siria y marroquí que tenemos los españoles, paso casi inadvertido. Finalmente, decidí dirigirme a una tienda de pulseras y collares italianos, hechos de vidrio de vivos colores, para la gente más sencilla, como su seguro servidor. Total, yo no se lo iba a decir a nadie… ¿Quién podría saber si eran de Venecia o del Oriente misterioso? Compré un juego en rojo pasión para mi mujer, y tres pulseritas para las niñas. Ahora me faltaba algo para mi padre y para mi suegra. Me voy a la de dulces árabes y frutos secos. Compro pistachos para regalar, un regalo un tanto escaso, pero muy exótico y oriental.

Vamos a buscar un asiento para leer. Pero en la planta de abajo no veo sillas, ni sillones, ni nada de nada. En la escalera veo que pone un cartel hacia la planta de arriba con indicaciones hacia “Lounges” y hacia “VIP lounges”. Subo y miro a la derecha, pero no veo más que un pasillo que se pierde (que mira que es difícil perder un pasillo), así que voy hacia la izquierda, como si fuera inglés. Y aquí empieza el lío, porque el pasillo que cruzo es largo y amplio, de unos 12 metros y de ancho… ¡Unos siete! O sea, no sé si es un pasillo o una habitación vacía. A la derecha de la misma, hay unas señoritas sentadas vestidas de azafatas, de alegre conversación, porque se están riendo, como si estuvieran a la entrada de la sala VIP. Pero yo ando a paso ligero, y me queda la duda de si estoy yendo hacia la sala VIP o si voy a una sala general. Desemboca el pasillo en una habitación amplia, que puede ser una zona pública, pero que tiene un par de mesas largas con canapés. O estos libaneses son muy amables, o me acabo de colar en la sala VIP. ¿Me salgo? ¿Me como un canapé? ¿Me pongo un platito surtido? Anda que si me pillan, qué vergüenza, ¿No? Pero es que ese de queso y vegetal tiene una pinta. Espera, ¿Lo que se ve al fondo de las mesas es un bar? ¡Pues claro! Los canapés son gratis y lo que hay que pagar son las bebidas, especialmente las alcohólicas. Así que me acerco y pido una cerveza, porque aquí sí que se puede beber, respondiéndome solícito que si la quiero nacional o importada. “Importada, importada…”, digo como sin darle importancia, para que vea que no es un problema de dinero, sino de despiste. Cuando voy a pagar me dice que no es nada, que es gratis. ¡Madre mía y de mis primos tía! Entonces sí que me he colado en la sala VIP, porque en ningún lugar del mundo te pone gratis las cervezas (recuerde: “importada, importada, digo como sin darle importancia”) ¿Qué hacer? Naturalidad y disimulo. Y que mejor disimulo que servirme ese plato de canapés que estaba diciéndome lo de “cómeme, cómeme”, como decían las galletitas a Alicia en el país de las maravillas.

Claro que lo malo va a ser la salida, porque las bellas señoritas igual se percatan de mi presencia. Aunque me podría hacer el sueco, pero recuerda que iba disfrazado para mimetizarme con la población local. Así que avanzo con el ficticio lema informal de la Guardia Civil: “Vista al frente, paso firme y mala leche”. Tres metros, cinco metros, siete metros, y, entonces, lo veo, por el rabillo del ojo. Se me está acercando un señor, elegantemente vestido. Tranquilo, Jordi, tranquilo. Es una casualidad. Nueve metros. Ya casi estoy. Y, entonces, me aborda. Me pregunta en árabe que si hablo árabe. Lo cual demuestra que en técnicas de camuflaje un diez, y en sigilo un cero. Es algo así como “tatakalá arabiyá” que no es que si soy de Cuenca (que no lo soy). Le respondo, casi sin mirarle, “la, la”, que quiere decir que no, no, como Massiel. Y entonces me saluda en inglés ¡Horror, terror y furor!, tiene en sus manos una carpeta con una foto mía sacada por una cámara del aeropuerto, disfrazado con mi traje gris y mi barba de varios días.

Are you Mr. Centenera? (¡Hasta mi nombre! ¡Y tiene mi foto!) Could you please come with me? Al bajar las escaleras, se dirige hacia la tienda de cuentas y abalorios donde había estado previamente y veo que la señorita me saluda muy contenta. ¡Qué raro es todo esto! Hasta que me aclara que me había dejado la bolsa con las compras de las pulseras y el collar, tras haber pagado. Ya, ya sé, que hay que ser muy tonto para comprar algo, pagar e irse, pero me pasa a veces, aunque nunca con un sistema de vigilancia y seguridad tan bueno como el del aeropuerto de Beirut, que con mi nombre y mi foto me habían localizado y habían sido tan amables de escoltarme. Claro que eso dejaba sin resolver el tema de si la sala era la VIP o una general, pero a esas alturas ya corría hacia el control de seguridad sin mirar atrás, por si acaso. Total, por una cerveza, (aunque fuera importada), vaya mal rato que había pasado. Recuerde, asegúrese siempre de preguntar antes de entrar en las salas del aeropuerto, o viaje en primera siempre, como los ricos y famosos, para no tener problemas.

 

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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