Jesús Centenera.
Ageron Internacional.
Un viaje iniciático a la China milenaria en 2010
Raras veces tomo notas o fotos en mis viajes, porque soy de la opinión que los viajes hay que vivirlos intensamente, que ya habrá tiempo para escribir luego. Las cosas importantes no se olvidan, y las otras, ¿a quién le importan? Por otro lado, si me equivoco en algo, ¿quién lo nota? Dicho lo cual, a veces cuando luego escribo, me gusta ser preciso con tal o cual dato general, por aquello de que un día estudié historia y hay que intentar ser fidedigno en el relato. Por ejemplo, para las fechas. O para los nombres de los sitios. Todo este rollo viene a cuento de algo que contaré más abajo, pero déjame que primero te diga que hace dos años, me planteé ir a China, a ver el país. Me explico, ¿Cómo se puede ser un consultor internacional en un mundo globalizado y no haber estado nunca en China? Todo el mundo habla del nuevo gigante, que se despereza lentamente extendiendo sus gigantescos brazos por todo el mundo, el derecho, que es la exportación a todo Occidente, y el izquierdo que es la inversión en el Tercer Mundo. Creo que en medio debe de estar la deuda americana. En serio, que es como un Tsunami humano y económico que va cogiendo fuerza de manera inusitada. Y, aunque había estado tres veces en Hong Kong, no tenía chincheta clavada en mi mapa de tres metros por dos metros. Además, como me daba pereza, no leía casi cosas sobre china, ni cogía alumnos chinos en los cursos online, porque me conozco, y si me meto, me meto. Es decir, que si un día abría ese libro mágico, no iba a ser capaz de cerrarlo, porque iba a querer saberlo todo, de la historia, de la cultura, del idioma, de los sitios para ver, de la cultura empresarial, de la expansión económica y de la ¿evolución? Política. Lo dicho, una tarea titánica, para los que crean en la reencarnación. Pero, por otro lado, China seguía allí, llamándome suavemente, todos los días, a todas horas. En las noticias, en las calles, en los congresos, en los cursos de comercio exterior, incluso entre los rollitos de primavera. ¡Si hasta di algunas clases de mercados emergentes, hablando de China con datos de terceros y superficiales!
Como casi siempre, una vez establecido el objetivo, era necesario buscar la coartada intelectual. Todo el mundo sabe que soy un viajero impenitente, pero una cosa es eso, y otra irse de “Walkabout”, como decía Cocodrilo Dundee. Si me pongo a explicar los viajes, soy muy convincente, aunque no engaño a nadie, pero tiene que haber una razón y estar justificado, especialmente en lo que se refiere al tiempo y al espacio. Por eso, cuando en medio de mis cavilaciones vi una oferta de que PromoMadrid junto a FENIN, la Federación de empresas de Tecnología Sanitaria (clientes y sin embargo amigos), de viajar a China para la feria Médica de ShenZhen y con organización de encuentros profesionales con empresas chinas (en este caso de consultoría), sentí que la rueda del destino me empujaba contra mi voluntad (bueno, más o menos, ¿no?). Además, como era una misión comercial conjunta, los precios eran muy baratos, creo recordar que unos 850 euros por el avión, el transporte local, el alojamiento, la concertación de citas de negocio y un acompañante local. De verdad que blanco y en botella, es sin duda la leche.
Pero dejar diez días libres en mi agenda no era nada fácil por aquel entonces, por lo que, una vez obtenido el visto bueno del alto mando, tuve que empezar a hacer encaje de bolillos con citas, reuniones, clases y otras servidumbres del mundo profesional. Finalmente, conseguí encajarlo todo, así que nada se interponía entre el nuevo Marco Polo y China. ¿O sí? Pues ni más ni menos que Julio Verne. (Lo sé, lo sé, qué difícil es leerme, con esos saltos de lógica que doy, con esas piruetas intelectuales que fatigan un poco y que tampoco son tan divertidas, pero, chico, qué le voy a hacer, cada uno escribe como escribe). Iba diciendo que yo me quería ir a China y tenía todo cerrado, pero hete aquí que llega Julio Verne y lo fastidia todo. Porque no hay plan que resista el contacto con el enemigo, ya que el día anterior a salir de viaje, el 15 de abril de 2010, el maldito volcán Eyjafjallajökull de Islandia incrementa su expulsión de ceniza volcánica. La erupción se cree que comenzó el 20 de marzo de 2010, a unos 8 kilómetros al este del cráter del volcán, en la región de Fimmvörðuháls, (ves lo que decía al principio de que hay que documentarse, a posteriori, porque quién se va a acordar de esa fecha, pero, sobre todo, de un volcán con ese nombre y de sus alrededores). Las cenizas son tantas y están tan altas, que obligan al cierre del espacio aéreo de la mayor parte de Europa. Ahora que yo le entiendo. No se puede entrar al centro de la tierra por un volcán islandés, porque le de la gana a Julio, y pretender que no estornude más pronto o más tarde.
En mi caso era una auténtica desgracia, porque si se pasaban las fechas de la Feria, ¿qué sentido tenía ir a China? O sea, que el destino que me había abierto una puerta, me la cerraba de repente en las narices. Claro que el destino no me conoce. El resto de empresas se dieron de baja, pero yo dije que quería seguir adelante. Está claro que es lo que los anglosajones llaman un “Act of God”, o Fuerza mayor, pero pregunté si, quitando el sobreprecio del avión, me podrían mantener el resto de los servicios de visita de feria, entrevistas y precios de hoteles, a lo que me dijeron que sí. Por tanto, tras hablar con Viajes ATL o con Marfa Travel, que son mis agencias de viajes, sacamos un billete de Madrid a El Cario, luego a Pekín, para seguir a Shen Zhen. O sea, un viaje de esos de “camina o revienta” que te dejan muerto, pero merecen la pena, sí o sí. Se vuela en avión, pero se viaja por fuerza de voluntad.
Al llegar a Shen Zhen, me estaba esperando Cristina, una joven encantadora que estaba de becaria de PromoMadrid en Shanghai. Resulta que su segundo apellido me suena, así que la pregunto directamente, y resulta ser la sobrina de dos hermanas que conozco por mi trabajo y que son ambas grandes profesionales, teniendo una relación muy cordial, especialmente con Alicia. Una vez más, qué importante es conectar en el ámbito humano, para desarrollar luego un buen trabajo en culturas de contexto alto, como la nuestra. Después de una noche reparadora, vamos al día siguiente a la feria, que es una feriecita de bolsillo, a pesar de la importancia que está adquiriendo el sector en China. La delegación española, por su parte, es discreta, pero crecerá seguro con el tiempo, porque el país tiene potencial, tanto de entrada, como de salida.
He aprovechado el viaje para ver a mi ex-alumno y protegido, Alfonso, que es un ejemplo de joven con talento y espíritu emprendedor, que montó una empresa de intermediación en Hong Kong con apenas 27 años (y que hoy en día anda de director de la Cámara hispano-china de Hong Kong). Me propone ver a sus socios, una gran empresa de servicios en esa ciudad y en toda China, CWCC, pero como el volcán me ha hecho perder un día, se ofrecen a acercarse ellos a Shen Zhen y encontrarnos en sus oficinas allí. La reunión es muy interesante, empezando una relación de largo plazo que dura hasta hoy, con su socio director, Thomas Wong, un chino educado en Hong Kong como británico, y que es uno de esos personajes que pueden hacer de puente entre Oriente y Occidente, como Pearl S. Buck, cuyo East Wind, West Wind me dio mi primer vistazo adolescente a China, seguido por La Madre, que contiene una belleza tremenda aunque encoja el corazón. Ahora que hay varios premios nóveles de China, tanto de la paz, como de literatura (el último Mo Yan, que edita en España Kailas de mi admirado excompañero de colegio Ángel Fernández Fermoselle), se empieza a saber más y a entender más de los chinos y de su cosmogonía, pero ya entonces unos ojos culturalmente mestizos nos ofrecían retazos sueltos de ese mundo misterioso.
Al acabar la cita, mientras Thomas se vuelve en tren a HK, Alfonso, Cristina, otra persona y yo, nos vamos a cenar al otro lado de la ciudad. Al igual que en el trayecto del hotel a la feria, me quedo boquiabierto durante el trayecto. Como podrás ir comprobando, no soy un novato en esto de viajar y tengo ya más pegatinas que el baúl de La Piquer, pero puedo asegurar que hacía tiempo que no me quedaba tan sorprendido. Vamos a ver, una ciudad que el 99,9% de los españoles, yo incluido, no saben poner en un mapa, y tiene entre cien y trescientos rascacielos, según las fuentes. O sea, no es Nueva York, pero es muy impresionante, con sus edificios de cristal, acero, cemento y piedra natural, que cortan el hipo durante un largo recorrido. Pido ir a un restaurante típico, tradicional y que no sea para turistas. Me miran con sorpresa, porque en realidad, ninguno de los tres es de allí, pero tras preguntar, conseguimos encontrar uno no muy turístico, hasta el punto que, como en casi toda China, los menús sólo están en chino. Pero algo sí, ya que tienen fotos, para los “guiris” como nosotros. Yo pido un poco a boleo, porque estoy dispuesto a experimentar, y si me pongo malo tengo varios días para recuperarme, aunque dejo la sopa, y no bebo agua del grifo, para no tentar a la suerte. (Recuerda que me ha querido tirar un volcán encima para que no hiciera el viaje). Vamos comiendo todo, siendo mi valoración un poco la de la peli del rey león: “viscoso pero sabroso”. Es decir, no conozco la mitad de las cosas que ingiero, pero me gustan. No obstante, me dejo algo de los múltiples platos, porque parece un banquete, ya que se nos ha ido la mano un poco al pedir. Bueno, en Estados Unidos, uno pediría un “doggy bag”, para llevárselo. En España se dejaría en la mesa, porque venimos de familia de hidalgos y queda feo que parezca que no tienes comida en casa, aunque la hayas pagado (aunque cada vez menos, porque la crisis aprieta). En este restaurante en China, vino la “abuela china” y dijo que a comérselo todo. Vamos, yo, de chino, menos hola y gracias, no sé nada de nada. Pero uno entiende perfectamente a su abuela, y a la de los demás, cuando empieza a montar la bronca porque “qué mal me comes”, “no irás a dejar eso en el plato”, “los pobres negritos en África” (bueno esto no, pero cuando yo era chico se decía), “venga que el estar gordo es salud”, etc. Y vaya bronca que nos metió. Con lo que, allí, todos sonriendo y comiendo ya sin ganas, hasta dejar el plato limpio. Más bien, limpísimo. Que digo, en realidad, “limpérrimo”, como decía Ratatouille. Como para no volver a comer en un restaurante chino en muchos años.
Y de vuelta al hotel. Por cierto, en muchas ciudades en China, no hay nada como llevar apuntada la dirección en caracteres chinos en una hoja de papel, porque la mayoría de los taxistas no hablan, ni entienden nada ¡Qué sorpresa y qué congoja el darte cuenta de que, de repente, con casi medio siglo, eres “analfabeto”! No es que no puedas hablar o entender, es que, de repente, no puedes leer, no hay carteles inteligibles, no puedes comprender nada. Y, ¡créeme!, te deja una sensación de indefensión y de desamparo a la que no estás acostumbrado.
Jesús Centenera
Agerón Internacional.