El reyezuelo criminal del Batavia - Moneda Única
Opinión

El reyezuelo criminal del Batavia

Jesús-Centenera-(Ageron)

Jesús Centenera
Agerón Internacional.


De lo complicada que es la política de personal y expatriados

La Compañía Holandesa de la Indias Orientales (Vereenigde Oost-Indische Compagnie o VOC) se constituyó en el año de Nuestro Señor de mil seiscientos y dos, cuando el gobierno de las Provincias Unidas le concedió el monopolio para explotar el comercio de especias durante 21 años… que se convirtieron en dos siglos, durante los cuales llegó a ser un verdadero estado. Como las multinacionales actuales, su poder económico, y político, era tan grande, que su ámbito de actuación era mucho mayor que el simple comercio transoceánico. La riqueza generó crecimiento, necesidad de inversiones, compra de más barcos, establecimiento de depósitos, suscripción de pólizas de seguro, acuerdos comerciales e incluso militares, creciendo sus tentáculos en todas direcciones.

Pero mover este imperio comercial gigantesco requería también una ingente cantidad de mano de obra cualificada. Capitanes, contramaestres, pilotos, marineros, soldados de apoyo, encargados de depósitos, contables, traductores, estibadores, carpinteros, herreros y un largo etcétera de todo tipo de profesiones, en un mundo que había vivido replegado sobre sí mismo durante siglos. Conseguir movilizar a casi un millón de hombres no era tarea fácil. Los ciento y pico años anteriores habían visto la explosión de las colonizaciones europeas, y el siglo XVI iba a ver el desarrollo de las explotación sistemática de la riqueza de ultramar, pero hacía falta un auténtico ejército, mucho más grande que cualquier ciudad.

Como los riesgos personales eran tan altos y las condiciones de las largas travesías tan duras, no era muy normal que los burgueses y los gentilhombres de cámara quisieran embarcarse, teniendo que recurrir a los osados, a los imprudentes y a los desesperados. En fin, que de cada casa el más malo, de cada pueblo el peor. Aunque también había hombres de fe, o capitanes intrépidos, hombres ambiciosos, tanto buena gente, como auténticos malnacidos.

En realidad, todo ello no importaba mucho, porque las cartas estaban marcadas, y cada uno sabía de su papel, de sus responsabilidades, de sus limitaciones y de sus posibilidades. Pero, a veces, el destino decide por los hombres, agitando el cubilete de los dados, y lanzando a las personas rodando por el tapete del ancho mundo, trastocando el orden lógico establecido por la divina Providencia, dirigido con sabia mano por el estatúder, nuestro buen príncipe Mauricio de Nassau, organizado sabiamente por los directores de la VOC, y capitaneado por los más capaces. Eso fue lo que ocurrió, en un aciago día el seis de junio del año de Nuestro Señor mil seiscientos veinte y nueve, cuando el Batavia naufragó al oeste de Australia en un arrecife cercano a la isla Beacon, de las Wallabi.

Una serie de marineros habían decidido un motín, para hacerse con el oro y empezar una nueva vida de riqueza y pereza, de esas de levantarse y no hacer nada, y luego descansar. Uno de los líderes era un encargado menor de compras (onderkoopman), que hacía las veces de suboficial, Jeronimus Cornelisz, que había salido literalmente huyendo, perseguido por herejía (por seguir a un pintor llamado Johannes van der Beeck, conocido por el nombre artístico de Torrentius) y por las deudas de su negocio farmacéutico arruinado. Pero se produjo el naufragio que hemos comentado, y todo descarriló.

Lo que siguió durante el tiempo que estuvieron solos fue una auténtica pesadilla, porque Cornelisz y parte de sus secuaces se hicieron con todos los víveres y armas. Enviaron a parte de la tripulación a una isla cercana, pensando dejarles morir de hambre y sed. Y empezaron un reino de terror sobre los que quedaban en la isla. Es cierto que un pequeño grupo, liderado por uno de los soldados, consiguió huir y establecer un “santuario” seguro en una tercera isla, que, ésta sí, tenía agua y comida en abundancia. Incluso consiguió recuperar a parte de los primeros desterrados abandonados a su suerte en la isla yerma.

Pero la mayoría permaneció bajo la tiranía delirante de Cornelisz, mientras su número menguaba cada día. El mundo se había dado la vuelta. Los supervivientes, horrorizados, callaban ante los ultrajes, las humillaciones e incluso las ejecuciones. Las mujeres se utilizaron como concubinas, y la amenaza de muerte pendía sobre todos y cada uno de ellos. Personas razonables, con profesiones dignas, temerosas de Dios y respetuosas de las leyes, se vieron atrapadas en una sociedad tribal autodestructiva, cruel y perversa, sin saber cómo responder.

Cuando preguntas a las pymes qué necesitan para internacionalizarse, la mayoría dicen que más dinero (apoyo, subvenciones, dinero, dinero, dinero…). A veces también dicen que información, pero suelen reducirla a la búsqueda de importadores o distribuidores. Pero rara vez mencionan que lo más importante son los recursos humanos cualificados. Muchas pagan poco y valoran menos a los ejecutivos que tienen conocimientos profundos de los distintos mercados. Es más, en las ofertas, se prima el que vengan con “cartera de clientes”, por encima de la capacidad de adaptarse a las condiciones de la empresa y desarrollar negocios en diversos destinos de manera ética.

No digamos de los expatriados, auténticos exiliados lejos de la patria y el hogar. Durante años, los “burgueses” asentados en sus cómodos sillones de grandes empresas o en la seguridad de la confianza de la empresa familiar, no querían ser la mano de obra que “colonizara” nuevos mercados. Por ello, una generación de jóvenes con poca experiencia y mucha ambición, se lanzó por todo el mundo representando a los negocios de nuestro país, acelerando sus carreras profesionales. También había un buen puñado de aventureros. En ambos casos, los verdaderos dramas se producían al volver a España, en empresas que no les reconocían, y que muchas veces no sabían cómo encajarles.

Para no dejarte con la duda te diré que el capitán del Batavia, que había partido en un bote largo de vela para buscar ayuda, regresó justo a tiempo para arrestar y ejecutar a los cabecillas de ese reino de terror en las antípodas, en que el mundo se había vuelto cabeza abajo.

 

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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