Millones de muertos de 1914 a 1945 - Moneda Única
Opinión

Millones de muertos de 1914 a 1945

Jesús-Centenera-(Ageron)

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


De la fatal falta de información y los errores de cálculo

La imagen es siempre la de una trinchera. Cualquiera. Unos jóvenes soldados, no importa el país, ni el idioma, sentados con la espalda contra el muro, embarrados, con cara de cansancio y de hastío. Es un día gris, plomizo, que aplasta contra la tierra, como el casco metálico sobre la abrumada cabeza, con la tormenta siempre a punto de estallar, con esa lluvia que tira a dar, con esos truenos que parecen mortíferos morteros y con un viento que azota a ráfagas, al igual que las ametralladoras que siegan a la juventud.

Excelente la presencia mediática del centenario de la Gran Guerra, la locura colectiva que se llevó a la tumba unos 17 millones de muertos, y dejó otros 23 millones de heridos. Que supuso unos cambios profundos de varios estados, desde la desmembración del Imperio Austro-Húngaro, a la reducción de tamaño de Alemania, y las inmensas pérdidas territoriales de Rusia y del Imperio otomano. Además, las revoluciones en Alemania, Austria y Rusia acabaron con el sistema imperial, y en Turquía con el sultanato, agravado todo ello por el colapso económico y la destrucción de la organización social.

El 28 de junio, Franz Ferdinand, heredero del trono Austro-Húngaro, y su esposa Sofía, fueron tiroteados por el serbio Gavrilo Princip. El horrible magnicidio fue tan sólo una chispa sobre un polvorín, que se había ido acumulando durante treinta años. El soplo que apagó una vida, generó un mortífero vendaval de auténticas proporciones apocalípticas: “Le vent, qui éteint une lumière, allume un brasier”, robando la frase de Beaumarchais. Austria declaró la guerra a Serbia. Rusia a Austria. Alemania a Rusia y a Francia. Luego invadió Bélgica, lo que provocó la declaración de guerra del Imperio Británico. Hasta Japón se apuntó a una guerra que no era suya. Los estadounidenses serían de los últimos en involucrarse, mandando a sus jóvenes a morir por primer vez en Europa.

Las guerras son terribles en general, pero, como ya decía el galo Breno, ¡Vae Victis!  Repasemos los acontecimientos de la Segunda Guerra: la agresión de Hitler a Polonia, desencadenó la declaración de guerra de Francia y del Reino Unido, mientras que la U.R.S.S. no entró en guerra hasta ser atacada por sus “aliados”  alemanes en 1941, el mismo año en que Japón atacó Pearl Harbor, arrastrando a los Estados Unidos a la mayor contienda que ha contemplado la humanidad, y que, en esta ocasión, se llevó por delante la friolera de entre 45 y 70 millones de muertos. Además del Holocausto. Hubo importantes cambios territoriales, que provocarían desplazamientos masivos de población a través de las nuevas fronteras, así como enfermedades, hambrunas y miseria.

Lo que siempre me he preguntado es cuál sería la reacción del Kaiser, la del Zar y la del emperador de Austro-Hungría, o la de Hitler, Hideki Tojo y Stalin, si alguien les hiciera ver el futuro y les mostrara la desgracia para sus países y sus propios pueblos que estaban a punto de desencadenar, por activa o por pasiva.  Alemania pasó de 540 mil kilómetros en 1914, a 472 mil tras la Gran Guerra, y a 356 mil en 1945. Mutilada, con sus ciudades en ruinas, sus infraestructuras devastadas y con cerca de 7 millones de muertos entre militares y civiles. Ocupada por las cuatro potencias, permanecería dividida en dos durante casi 45 años, con la amenaza permanente de una tercera guerra mundial en su suelo. Respondiendo a mi pregunta, al final, he llegado a la conclusión de que todo ello se debió a la toma de decisiones estúpidas,  por necios, cuando no criminales, basadas en una falta de información clamorosa y en cálculos erróneos, con una diferencia abismal entre lo que se pretende y lo que se consigue. Nadie hace una guerra para perder. Todos creen que van a ganar. Es una apuesta macabra, como una gigantesca ruleta rusa, pero sobre una cabeza colectiva.

Margot Asquith, la mujer del primer ministro inglés, Lord Herbert H. Asquith, en su diario de la Gran Guerra tiene una entrada del viernes 24 de julio: “War! War!—everyone at dinner discussing how long the war would last. The average opinion was 3 weeks to 3 months.” Por su parte, el Kaiser Guillermo II afirmaba en agosto de 1914: “Estaréis en casa antes de que las hojas caigan de los árboles”. Más chocante aún es el hecho de que en los primeros meses de la guerra se abrían oficinas de reclutamiento de voluntarios ¡Para ir a la guerra! Luego vendrían las levas. Tantos muertos y tantos heridos. Y la profunda herida en la memoria colectiva. Europa está llena de cementerios y de cenotafios a los caídos. Todavía hoy, en Australia y Nueva Zelanda, se celebra como festivo el ANZAC Day el 25 de abril de cada año, para conmemorar la sangrienta, por mal planificada, batalla de Galípoli.

También hoy en día es costumbre en el Reino Unido ponerse una amapola en el ojal en  noviembre, para conmemorar los muertos de la Gran Guerra. En 1915 el comandante de artillería y doctor militar canadiense, John McCrae escribió un pequeño poema: “In Flanders Fields”.

In Flanders Fields the poppies blow
Between the crosses, row on row,
That mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below.
We are the Dead. Short days ago
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
Loved, and were loved, and now we lie
In Flanders Fields.
Take up our quarrel with the foe:
To you from failing hands we throw
The torch; be yours to hold it high.
If you break faith with us who die
We shall not sleep, though poppies grow
In Flanders Fields.

Preciosa la imagen del campo de amapolas entre las filas de cruces, pero tiene ese toque épico que llama más a la beligerancia que a la reflexión. Oh!, when will they ever learn? Oh!, when will they ever learn?

 

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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