El “Arte de tener razón” de Schopenhauer - Moneda Única
Opinión

El “Arte de tener razón” de Schopenhauer

Jesús-Centenera-(Ageron)

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


De la utilidad de la filosofía ante las críticas injustificadas a un estudio

En menos de cinco generaciones hemos hecho saltar por los aires los pilares de la cultura europea, como el estudio profundo de la filosofía y de la música, del Cristianismo y de las lenguas clásicas. Hemos olvidado que el latín fue la lingua franca de todas las clases eruditas, que escribían y podían comunicarse en ese idioma, que cuenta con un canon fijo, que no evoluciona como el inglés, y que no tiene decenas de modalidades, desde el australiano al británico, del escocés al sudafricano, del inglés de la India a las múltiples variedades de Norteamérica. La igualación social de los dos últimos siglos se hizo por abajo, en lugar de intentar hacerse por elevación. Hemos pasado de la “Crítica de la razón”, a ese programa de la Sexta, “Princesas de barrio”, protagonizado por jóvenes de barriadas obreras (“poligoneras” en sus propias palabras), sin responsabilidades reales y con limitadas aspiraciones, que nunca han leído un libro. Para hacerse una idea, son como la presentadora estrella, Belén Esteban, pero en ordinario. Lo peor es que las pobres no se dan cuenta de que la productora lo hace para que se rían de ellas sin pudor y sin caridad, como una nueva “cena de los idiotas”, pero a escala de Kermesse.

En anteriores artículos he hablado de roces que surgen con los clientes, porque la naturaleza humana conlleva, junto a muchas virtudes, muchas miserias, como la envidia, la desconfianza, la ira, el deseo de venganza, la inquina y muchas otras lindezas que da pena hasta enumerar. Así, habíamos visto en “La desdichada expedición de Franklin en el Ártico”, lo lamentable de los concursos amañados, o en “El cautiverio de Colón”, el desgaste que supone enfrentarse a personajillos dentro de una gran institución, con poca sabiduría y mucho poder. Hoy vuelvo a la carga con otra de esas “tristes historias tristes” que surgen de la rabia ante la injusticia y la prepotencia de otros, pero también ante el choque de egos, ya que no he conseguido con los años domar mi soberbia, que es una palabra que suena fatal en castellano, aunque, ¿ves?, el adjetivo Superbus parece hasta bueno como sobrenombre (en cualquier caso, mejor que Collatinus, ¿no?).

Pues hete aquí, querido amigo, que, representando a una federación española, y a sus 54 asociaciones, tuve una entrevista con un consejero comercial, al que informé de que íbamos a realizar un estudio de mercado, diciéndole que, como tendría que volver varias veces al país, si le parecía bien podríamos comer un día para ponerle al tanto de los avances. Aquel brillante joven que, siendo un imberbe lejos de cumplir los 30, había sacado la oposición de “técnico comercial del estado”, me dijo con voz engolada: “pídele a mi secretaria una cita con 5 ó 6 semanas de antelación, a ver si se puede hacer algo”. Luego, en intercambio epistolar electrónico, cambio el “tú” de la reunión por el “usted”, no por respeto, obviamente, sino para marcar las distancias. ¿Habría hecho caso su Orugario particular a los consejos de su tío Escrutopo, susurrándole al oído, para hacerle “pensar que es poderoso, o sobrio, o valiente; que es la filosofía del futuro”. ¡Vaya! Si así me trataban yendo como representante de la federación y para algo útil para ellos, ¿qué harían con el pobre fabricante de Daimiel, de Villafranca de los Barros, o con la pequeña cooperativa de Jaén? Y a mi es que se me nota. No lo puedo evitar. Nunca comimos, pero, de todas maneras, al acabar el trabajo le enviamos una copia de cortesía. El interfecto (en la acepción del María Moliner) arremetió de manera furibunda por escrito contra mi trabajo, diciendo que en el mismo se minimizaba la importancia de Carrefour en el mercado, cuando era el tercero en tamaño, con trece hipermercados, y que tenía “tantas ventas y cuantas personas”, diciendo que si eso se decía de uno de los líderes, cómo sería el resto del trabajo. ¡Qué lindo!

La respuesta fue centrarme en varias “estratagemas” de Schopenhauer, como la 37: “Cuando el adversario tiene razón en la cuestión (nota: mis estudios de mercado nunca han sido de tirar cohetes, de veras), pero por desgracia para él elige una mala prueba, nos resultará fácil refutar esa prueba y haremos pasar esto por una refutación de la cuestión. (…). Esta es la vía por la que los malos abogados pierden una buena causa: pretenden defenderla mediante una ley inadecuada, y la adecuada no se les ocurre”. Seguido por una combinación de la 30 y la 31: “En vez de razones, empléense autoridades según la medida de los conocimientos del adversario. (…). En todo caso, admitirá la validez de las personas expertas en una ciencia, arte u oficio que conoce poco o nada” y “(…), declárese incompetente con fina ironía: “lo que dice usted desborda mi débil comprensión; puede ser muy acertado, pero yo no alcanzo a entenderlo y renuncio a cualquier juicio””. Así, rebusqué entre mis montañas de papeles, (guardo todo porque soy de fijarme poco y de memoria huidiza. Mi mujer siempre dice que para ser “un sabio despistado”, sólo me falta ser sabio), y encontré la transcripción de la entrevista al mismísimo jefe de compras de Carrefour en Polonia, un agradable francés que había trabajado en España y que me decía con cierta frustración que comparados con los 200 hipers en Francia y los más de 100 en España, países donde ostentaban el liderazgo, el crecimiento en Polonia era desesperadamente lento y muy lejos de su potencial y de sus objetivos. En mi carta alababa el buen juicio y la habilidad del consejero por haber detectado ese supuesta falta, pero con humildad remitía al “experto” de la propia empresa, no habiéndome atrevido yo a enmendarle sus comentarios, aunque sí que había tenido la cortesía de no citarle directamente para no ponerle en una situación delicada. Así se resolvió la queja, pero no el poso amargo que deja la estulticia ajena, que sólo el estudio y el uso de la filosofía ayuda a aliviar parcialmente.

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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