Jesús Centenera.
Ageron Internacional.
De cómo hicimos un estudio de países escandinavos
El empuje del viento del nordeste impulsaba a la embarcación con fuerza, lo que hacía que el aire que atravesaban le golpeara en la cara y sintiera más frío de lo habitual, pero no le importaba. De hecho, le gustaba esa sensación de frío intenso que hace enrojecer la orejas hasta volverlas casi quebradizas y que obliga a respirar exclusivamente por la nariz para no sentir el desgarro del aire helado reptando por la garganta. La mayoría de los hombres se cubren la cabeza y la cara, como si fueran viejas brujas, las terribles Völvas con las que se asusta a los chiquillos, pero Erik “Raudy” Thorvaldsson prefería dejar su tupida melena y su enmarañada barba al viento. De hecho, a veces encontraba en la misma algunos restos de pan o de pollo de la cena del día anterior, como ese que acababa de encontrar y que se había metido en la boca. Umm, ¡qué sabor más rancio! seguro que llevaba varios días allí. Por cierto, el apodo de “Raudy” o “el rojo”, no era por el color pelirrojo de los cabellos, sino por la cantidad de desgraciados que había enviado al Valhala, ya que no se sabía qué le producía más placer, si emborracharse todos los días, acostarse con tres doncellas a la vez, o abrirle la cabeza a dos docenas de infelices con su hacha gigantesca, antes de volver a emborracharse de nuevo. Ese descomunal gigante vikingo todo lo hacía en demasía.
A Erik le gustaba estar cerca del mascarón de proa en forma de serpiente de la Knorr, que si bien era menos elegante que el dragón de su anterior Drakkar, era más apropiado para la navegación en alta mar. Miró hacia atrás y vio a sus hombres echados o afilando sus armas aburridos. Luego miro hacia el resto de la flota que le seguía, unos barcos, hastiados de frío y bruma, atestados colonos inquietos y de animales asustados que habían salido de Islandia, aunque provenían también de Dinamarca y Noruega. Todos se habían alegrado al ver tierra unos días antes, pero llevaban varios días rodeándola hacia el sur y seguían viendo hielo por todas partes. Finalmente, la tierra se terminó en forma de cabo, por lo que Erik dio orden de virar hacia el oeste, contorneando todo el sur de la masa de tierra, a la que acabaría nombrando con el sugerente, pero bastante engañoso, nombre de “Groenlandia”, la “Tierra verde”, con objeto de atraer más colonos a su nuevo “reino”.
En el 2004, la FIAB nos encargó hacer varios estudios agroalimentarios previos a ciertas acciones de promoción. El problema era que había que hacer el de los países escandinavos en enero y febrero, y el estudio de Arabia Saudita y Emiratos Árabes en julio y agosto. Cuando hablé con Michal sobre la posibilidad de hacer el primero, me propuso llevar su coche hasta Dinamarca, a donde llegaría yo en avión. Una vez terminado el trabajo de campo en este país, cruzamos por el larguísimo puente de Oresund, que une la isla de Selandia con Mälmo (incluyendo una isla artificial y un túnel) y seguimos hacia el norte, hacia Gotemburgo. Desde allí, nos desplazamos a Oslo, donde pasamos el fin de semana (¡qué bueno el museo de los drakares vikingos!, pero también el parque Vigeland) y un par de días de trabajo, saliendo luego hacia Estocolmo. En el camino, nos pilló una tempestad de nieve, que hacía imposible ver por donde seguía la carretera. Se hizo de noche, y no sabíamos si era peor quedarnos en el coche o seguir hacia adelante casi sin luz en medio de la ventisca. Finalmente, tras dormir unas horas en un hotel en Orebro, salimos de nuevo hacia Estocolmo, ahora con un frío día de invierno, pero soleado y azul. Tras el trabajo en la capital sueca, cogimos el ferry que lleva a Turku, en Finlandia, siguiendo en coche hasta Helsinki. Tras unos días más de entrevistas y tomas de precios, volé a Madrid, mientras que Michal cruzaba a Estonia y seguía conduciendo hasta Varsovia.
De estos estudios sacamos algunas conclusiones que me gustaría compartir: en primer lugar, recomendar siempre la puntualidad, ya que los escandinavos son muy organizados y la valoran en gran medida; en segundo lugar, respetar el “Jante’s Law” o la Ley de Jante, unas reglas no escritas, pero conocidas y compartidas por la mayoría de suecos, daneses y noruegos, que se centran en darle más valor al grupo que a uno mismo. Así, un empresario que esté “presumiendo” de sus productos, de su fábrica o de sus resultados, puede producir una impresión negativa, por ir en contra de la tendencia social y comunitaria escandinava, de primacía del grupo sobre el individuo. Aunque el término (derivado del pueblecito en que estaba ambientada la novela de Aksel Sandemose de 1933) tiene una connotación crítica hacia la falta de privacidad en las poblaciones pequeñas, sirve para ilustrar que la prudencia y la humildad son buenos compañeros para hacer negocios aquí (también). En tercer lugar, comentar que hay monopolio estatal del vino en Suecia y Noruega, y que grandes grupos dominan la distribución agroalimentaria en los cuatro países. Finalmente, destacar que, en general, son formales, pero no necesariamente “serios”, ya que tuvimos una recepción muy cálida en todas nuestras entrevistas. En realidad, un truco que funciona muy bien es iniciar las entrevistas preguntando si han estado en España. Dado el alto porcentaje de turistas suecos y daneses que escogen nuestro país, el que alguien que se dedica a la importación de productos agroalimentarios esté en esta categoría es una apuesta casi segura, dejándoles luego hablar un poquito sobre tan grata experiencia para romper el hielo.
En el negocio de los estudios de mercado internacionales no se gana mucho dinero, pero reconocerás que se hacen viajes muy interesantes, como este a Escandinavia, aunque puedo asegurar que han mejorado mucho los modales desde la época de Erik el rojo.
Jesús Centenera
Agerón Internacional.