Freya Stark y el viejo de la montaña - Moneda Única
Opinión

Freya Stark y el viejo de la montaña

Opinión-Ageron

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


De cómo una becaria se convierte en socia en una consultora de estudios de mercado

“¿Hasta dónde crees que llega el poder de un hombre sobre otro?”- preguntó Hassan Ibn Sabbath con una sonrisa cínica, mirando de manera despectiva al líder cruzado que estaba arrogantemente plantado ante él en lo alto de la torre principal de la fortaleza ismailita. “¿Esos soldados fuertemente armados que rodean mi fortaleza te son verdaderamente fieles? ¿Harían cualquier cosa por ti? ¿Cualquier cosa que les mandases?”- El viejo de la montaña volvió a sonreír, pero esta vez, con un aire de suficiencia y desprecio, con una extraviada mirada de loco, mientras daba dos palmadas. En seguida, aparecieron dos miembros del cuerpo de guardia y se colocaron firmes junto al cruzado. Éste se llevó la mano a la empuñadura de la espada, dando un paso hacia atrás, pero los guardias lo ignoraron y fijaron su mirada en el anciano. Éste hizo un gesto a uno de ellos, indicando hacia la ventana que había abierta en un lado. Sin mediar palabra, el guardia se dirigió hacia la misma y saltó al vacío, ante el estupor del cristiano, que sólo soltó un grito cuando el segundo soldado, siguiendo un nuevo gesto, cruzó la estancia y se arrojó también hacia una muerte segura. El anciano volvió a dar dos palmas y dos nuevos guardias aparecieron en la habitación, ante lo que el cruzado bajó la cabeza y salió de la estancia anonadado. Así fue como Occidente conoció por primera vez a los famosos y temibles hashashin o hashshashiyyín, los miembros de la secta de los “asesinos” y al viejo de la montaña que los dirigía desde las fortalezas de Siria (cuyas ruinas visité hace tiempo, y de la que escribe Amin Malouf) y la principal de Alamut en Irán, donde los “asesinos” gozaban de un paraíso en la tierra, con sus propias huríes, entre jardines y estanques. Un paraíso al que sólo el viejo de la montaña les podría hacer volver, una y otra vez, con sus poderes mágicos, si hacían todo lo que les mandaba, incluyendo misiones suicidas de asesinato de enemigos políticos, como sabríamos por boca de Marco Polo, cerca de dos siglos después.

Deberían pasar más de seiscientos años antes de que Occidente volviera a asomarse a esa fortaleza de misterio, placer, obediencia, espanto y locura que había sido Alamut. Pero en este caso, no era un cruzado cubierto con armadura, llevando una pesada panoplia, ni un incansable viajero veneciano, sino una mujer, una frágil pero osada mujer, que recorrería todo el Medio Oriente musulmán durante el final de los años 20 y las décadas de los 30 y los 40, desde Egipto a Irán, desde Yemen a Bagdad, pasando por Damasco. Hablamos de Freya Madeline Stark, una mujer extraordinaria, que, fascinada por la lectura de “Las mil y una noches” a los 9 años, había decidido ir al Levante mediterráneo y sumergirse en las culturas de la zona, empezando por el Líbano en 1927, seguida por su estancia entre los drusos, y sus visita a los persas y los árabes, habiendo aprendido el idioma de los dos últimos. Todos estos viajes, se cobraron un alto tributo, ya que la exploradora sufrió fiebres, malaria, dengue y un montón de enfermedades, que la dejaron postrada durante semanas, e incluso meses, entre viaje y viaje. Pero, a diferencia de otros exploradores, Freya era una escritora infatigable, por lo que aprovechaba ese tiempo para escribir, llegando a publicar más de veinte libros de viajes, entre los que destaca The Valleys of the Assassins (1934), de obligada lectura.

Hace cinco años, me llamaron de la Facultad de Marketing e Investigación de Mercados de la Universidad de León para dar un seminario relativo a la internacionalización de alimentos, utilizando las nuevas tecnologías. Tras la sesión, me invitaron a comer en la Pola, sentándose con nosotros una de las alumnas licenciada hacía poco, que había participado en el seminario activamente. Aunque hay varias versiones sobre aquella comida, yo creo recordar que me comentó que a ella le gustaría ir a Madrid a trabajar, y se interesó por los estudios de mercado que hacíamos en nuestra consultora. Yo le comenté que nosotros contratábamos becarios, pero que con los 600 euros que se pagaban, no le sería fácil vivir en Madrid. Ella dijo que no era un problema. Le pregunté si hablaba inglés y francés, a lo que respondió afirmativamente, aunque su nivel entonces era bastante inferior a lo que decía. Para intentar disuadirla, le dije que en esa época no teníamos nada más que un trabajo de campo en Argelia (lo cual no era cierto, pero estaba seguro que para una mujer joven sonaría poco apetecible). Ella dijo que no le importaba. La verdad es que nunca he podido evitar ese entusiasmo contagioso, así que decidí darle una oportunidad, sin hacerla prueba de idiomas y sin ver su currículum. Menos de un mes después, me despedía de ella en el hotel de Argel, en donde la dejaba para tres semanas de trabajo de campo, “abandonada tras las líneas enemigas”, ¡y sin mapas, ni brújula!

El estudio fue excelente, como todos los trabajos que ha ido realizando en los años siguientes, desde Japón a Marruecos, desde la India a Brasil o Polonia, con esa mezcla de entusiasmo, minuciosidad en el trabajo y buen trato con los interlocutores, que la fueron convirtiendo en una de las consultoras favoritas de los clientes. Llegó un punto en el que era imposible retenerla más, porque había sumado experiencia práctica suficiente y contactos como para volar por sí sola. Y en ese punto, decidimos ofrecerle hacerse socia, habiendo entrado de Becaria.

A nuestra protagonista inglesa se le podría aplicar perfectamente la expresión: “goza de una mala salud de hierro”, porque sobrevivió a todas sus enfermedades y a las penalidades de los viajes, ¡viviendo hasta los cien años! Algo que espero que pueda conseguir también mi socia Esther Moral, con muchos éxitos profesionales y personales.

 

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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