Jesús Centenera.
Ageron Internacional.
Un estudio de mercado para la imagen de Polonia
“Houston, Tranquility Base here. The Eagle has landed”. A través de la sala de control se notó una ráfaga de aire, cuando todos los miembros del equipo de seguimiento de la NASA volvieron a respirar aliviados a la vez, después de haber estado conteniendo la respiración hasta casi ponerse morados. Gritos, aplausos, abrazos. Unos minutos después, en ese 20 de julio de 1969, tras asegurar todo según el protocolo, por si tenían que hacer un despegue de emergencia, el comandante Neil Armstrong descendía por la escalerilla, mientras 450 millones de personas seguían el acontecimiento por televisión y pronunciaba la frase mítica del primer hombre sobre la superficie de la luna: “This is a small step for (a) man, one giant leap for mankind”.
Yo era un niño de cuatro años, sentado delante del televisor y no debí de entender nada. Pero soy feliz al pensar que estuve viéndolo en directo, aunque no lo recuerde. Todavía hoy, me embarga una emoción incontenible cuando lo pienso. Admiro tanto a Armstrong y Aldrin, y me compadezco tanto del pobre Collins (¿te imaginas, hacer todo el viaje y quedarte dando vueltas en órbita como si no encontraras aparcamiento?). De verdad que me siento tan orgulloso de nuestros hechos como raza humana, desarrollando de manera notable nuestra inteligencia y nuestras posibilidades, con el saber acumulado y trasmitido.
Pero este final feliz, digno de una novela o una película, podía haber tenido otro desenlace, como demuestra la accidentada carrera espacial. De hecho, el primer cohete enviado por los estadounidenses había estallado a los pocos minutos de levantarse hacia el cielo. Los rusos habían perdido a cuatro hombres en la Soyuz 1 y la Soyuz 11. El 27 de enero de 1967, la misión del Apollo 1 había acabado en desgracia por un fuego, que acabó con las vidas de Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee. La propia misión del Apollo 11 dio un susto tremendo cuando al alunizar, varios ordenadores del módulo lunar empezaron a dar señales de error. Incluso algo tan tonto, como romper con sus voluminosos trajes el botón de re-encendido, podría haber causado un desenlace fatal, (que se evitó apretando el interruptor con algo tan sofisticado como ¡un bolígrafo! Lo dicho, mucho ingeniero, mucho ingeniero…) En el año 70, el Apollo 13 sufrió una explosión (la del famoso, “Houston, we’ve got a problem!”) que esquivó la muerte por muy poco, algo que, lamentablemente, sucedió en 1986 con el Challenger y la trágica pérdida de sus 7 astronautas, repetida tristemente en el 2003 con el Columbia, 34 años después del primer alunizaje, y con un desarrollo muy superior de la aviónica, la electrónica y la informática.
Pero lo extraordinario del caso, además del riesgo sufrido, de la arriesgada apuesta y de la cima de un sueño milenario, repetido en el tiempo, desde los antiguos romanos, al “Gun Club” de Julio Verne, es lo que tiene de hazaña colectiva. Así, otros de nuestros protagonistas eran auténticos aventureros, mientras que nuestros astronautas eran profesionales, dentro de un grupo de expertos, que incluía a físicos, químicos, ingenieros de diversas áreas, electrónicos, informáticos, militares, matemáticos, pilotos y muchísimo personal de apoyo. Fue, en efecto, un “salto adelante para la humanidad”.
Nosotros también hemos tenido nuestro desafío “espacial”, cuando conseguimos un concurso que teníamos muy pocas posibilidades de ganar: nada menos que identificar la imagen de Polonia en el mundo y plantear una propuesta de imagen país y las actividades asociadas para desarrollar las exportaciones y la atracción de inversiones al mismo.
Había un primer obstáculo de requisitos: para empezar, había que entregar prueba fehaciente de tener medio millón de euros en el banco (porque el proyecto espacial siempre ha sido caro, ¿no?); contar con cuentas saneadas, justificando una facturación elevada sostenida durante los tres últimos años. Y demostrar experiencia real en proyectos similares, que conseguimos gracias a la empresa Bloom como expertos en proyectos de “Branding” de país y de los que tanto he aprendido en estos meses.
Luego, en lo que respecta al trabajo en sí, había que conseguir expertos en marketing en la misma Polonia, para lo que subcontratamos a la revista líder en ese país. Colaborar con cuatro universidades y Escuelas de negocio, tres de ellas en el campo del diseño y la aportación de ideas y una cuarta para los temas estadísticos. En concreto, para tabular y analizar los casi 10.000 cuestionarios a la comunidad empresarial de 9 países, divididos por tamaño de empresa y sector de actividad, complementados por 42 focus groups en 21 ciudades, para un total de 850 profesionales, más tres viajes de estudio de revisión de algunas de las “Best Practices” o mejores prácticas identificadas. Contamos con un total de más de 150 personas involucradas en cuatro continentes, casi nueve veces más que el personal propio de Agerón en Madrid, Varsovia y Pekín juntos. De verdad que mis socios Michal y Esther, y yo mismo, nunca nos hemos sentido más “Houston” en nuestras vidas profesionales. Y todo ello en un periodo de cuatro meses trepidantes, sin pausa alguna, con un auténtico circo de tres pistas en “full swing” para poder cumplir en plazo, forma y, lo más importante, en contenido. Ha sido una locura llena de emoción, pero hemos pasado con éxito este reto y estamos listos para los siguientes (¿Marte?).
En nuestros días, el proyecto espacial está sufriendo un retraso imperdonable, casi un abandono, debido a la crisis, pero, sobre todo, a la falta de ambición y de liderazgo para explicar su razón de ser, como una necesidad perentoria e ineludible de la humanidad en nuestro destino para conquistar el Cosmos. O, al menos, como escribió el emperador Marco Aurelio en sus Meditaciones: “Sigue con la vista las órbitas de las estrellas como si corrieras con ellas, y no pares de aprehender los cambios de los átomos entre sí. Pues estas imaginaciones purifican de la sordidez de la vida terrena”
Jesús Centenera
Agerón Internacional.