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Opinión

Una misionera victoriana en el Níger

Jesús-Centenera-(Ageron)

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


De los estudios de asociacionismo

La culpa es de Robert Redford y de la película “Memorias de África”. ¿Te imaginas volando en una avioneta sobre rebaños de cebras que corren por las doradas sabanas, o sobre los flamencos en idílicos lagos azules? ¿Un gramófono, champán y una hermosa puesta de sol con tu amante? Pues te querría yo ver en el África tropical, la de verdad, la del río Congo del “Viaje a las tinieblas”  de Conrad,  o junto al pobre Manuel de Iradier en Río Muni: mosquitos, aguas cenagosas, fiebres permanentes, el tórrido calor asfixiante y la incesante lluvia del bosque tropical, el “Rain forest”. Pero si hubo alguien que sufrió el África tropical más dura, fue sin duda Mary Slessor, una escocesa victoriana que se fue a Nigeria a evangelizar. Mujer inquieta, valiente y tenaz, se asentó río arriba, en territorio Efik, donde  la pena de muerte estaba muy extendida, por asuntos menores, y donde había una situación de enfrentamiento permanente entre clanes. Sólo viviendo entre ellos fue capaz de ganarse el respeto de los jefecillos, pero se veía obligada a vivir en una choza, durmiendo sobre el suelo, vistiendo una camisola andrajosa y viajando en canoa, río arriba, y abajo, y arriba, consumida por las fiebres, mientras actuaba como moderadora, abogada y jueza.

A mi socio Felipe y a mí nos encargaron realizar estudios para mejorar el asociacionismo en Ecuador. Hubo estudios de camaroneros, de productores de flor cortada, etc., pero destaca el de los empresarios de la flota atunera. El problema, como le pasaba a Mary, era sobre todo de personalidades y de historias pasadas. Había una pareja divorciada, cada uno con su barco. No se hablaban mucho. Otro estaba peleado con un ex-empleado competidor. Una tercera tenía afán de protagonismo, y la acusaban de barrer pro domo sua. Discutían los grandes con los pequeños. Pero lo más grave era que había dos grupos, con sendas asociaciones, alrededor del puerto de Manta y del de Guayaquil. Llevaban años hablando poco, sin cooperar, haciendo actividades en paralelo, en un momento en que el gobierno amenazaba con cortar los subsidios del gasóleo y otras lindezas bolivarianas. Por eso, dediqué tan sólo una semana y media a estudiar el problema y cuatro para hacer de correveidile, de Manta a Guayaquil y de Guayaquil a Manta.  Al final, con el presidente y el secretario de la Asociación de Manta organizamos una barbacoa para todos. Y luego se remató en un viaje a San Diego, a la conferencia atunera del Pacífico, donde compartimos conferencias, estrategias, comidas y cenas. Al invitar yo a varios miembros de los dos grupos el primer día, se vieron obligados a invitarse los unos a los otros. Fue el trabajo paciente y personalizado, más que el estudio en sí, lo que dio pequeños frutos, como aumentar la confianza. Eso sí, sin tener que sufrir lo indecible en el África tropical, que uno ya está muy mayor y no es muy misionero.

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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