Jesús Centenera.
Ageron Internacional.
De la importancia de un buen socio local
La gente dice que la muerte por congelación es dulce. La llaman la “muerte blanca”, afirmando que se va perdiendo la consciencia y que uno se adormece hasta morir, sin dolor, sin sufrimiento, sin pesares. Claro que la gente casi siempre dice tonterías. Seguro que no dirían eso si hubieran estado a -27º C, por encima de los 8.500 metros de altitud, ateridos de frío, con las extremidades entumecidas e intensamente doloridas, sacudiéndose por los escalofríos, con los dientes castañeteando sin ritmo, y con el frio introducido en los huesos, a pesar del equipo de montaña, como estaba Edmund Hillary aquel 28 de mayo de 1952. El viento ululaba con fuerza, como un lobo que reclama su presa malherida y soplaba imparable, hasta el punto de que habían temido que se volara la tienda del campamento, teniendo que fijarla con rocas, a pesar de las bajas temperaturas y del vendaval que podía haberles arrastrado a ellos mismos. Estaba hambriento, cansado, dolorido por la marcha y por el padecimiento de aquel frío intenso, y con ganas de abandonarlo todo. Pero estaba tan cerca. ¡Tan cerca! De cuatro a diez horas como máximo. Recordaba las palabras que le dijo aquel inglés pomposo, educado en Eton y luego en Oxford, la primera vez que hablaron del Everest: “mi estimado amigo, desde que los británicos desembarcamos en el subcontinente, hace más de dos siglos, hemos estado fascinados con Chomolungma, como la llaman los nativos, pero esa montaña maldita tiene escrita en letras grandes Invictus Maneo, con la sangre de muchos montañeros, locos o temerarios que han soñado con coronar su cima. Sería una locura intentarlo, ciertamente”
¿Se seguiría “manteniendo invencible”, inconquistable y desafiante, o podrían superarla por fin en esta ocasión? El anterior intento del día 26, había fracasado por muy poco, cuando el grupo enviado por el coronel Hunt, con Evans y Bourdillon, había tenido que regresar por culpa de la falta de oxígeno y de fuerzas. Hillary reflexionaba también sobre el hecho de que en esas condiciones climatológicas extremas, sobre una roca escarpada y cubierta de hielo amenazante, y junto a un precipicio de 3.600 metros en caída libre, la supervivencia depende de tu concentración y de tus fuerzas, pero, sobre todo, de tu compañero que se encuentra al otro lado de esa cuerda que es como tu cordón umbilical con la vida. Y si hubiera tenido que elegir un compañero entre todos los alpinistas del mundo a quien confiar su vida, no podría haber elegido ninguno mejor que aquel sherpa local que le acompañaba, Tenzing Norgay. El nepalí tenía todos los requisitos necesarios para la gesta: era un hombre callado pero alegre, en perfecta forma física, fuerte de constitución, pero muy ágil, con conocimiento profundo de la montaña y de los peligros que encierra, con capacidad de trabajo y sacrificio, y volcado en la meta común.
¿Quién no querría tener un compañero como Tenzing? De hecho, el éxito de esas expediciones, como de los estudios de mercado en el extranjero, depende de tener un socio local adecuado. Aunque se pueden llevar a cabo los trabajos desplazando personal desde España, nunca se obtiene ese conocimiento íntimo y profundo que da toda una vida sobre el terreno. Hay una atmósfera cultural y socio-económica que sólo se puede conseguir si se ha vivido largos años en un país, y conocimientos específicos del mercado que sólo da el conocer el entorno. No se trata como muchos creen de ahorrar dinero en viajes y estancias en el extranjero, sino del tiempo de arranque y preparación que varía de forma radical al contar con un buen socio local. Claro que esa es la clave. No tanto que sea “local”, sino que además sea “bueno”. Porque, como muchas empresas de nuestro país, empezamos dando más importancia al hecho de que supieran español, a que “conocieran la montaña y supieran escalar”.
En general, tenemos la tentación de matar dos pájaros de un tiro, porque no sólo conseguimos el conocimiento local y avanzamos rápidamente en la toma de información, sino que podemos comunicarnos directamente en español sin tener que recurrir al inglés y recibir todos los datos y análisis en nuestro propio idioma, ahorrándonos el tiempo y el coste de la traducción. Se trata de encontrar a un buen profesional, que conozca el sector y hable bien español. Sin embargo, la experiencia nos dice que muchas veces no es así. Al igual que el rey moribundo al que le dijeron que sólo se curaría poniéndose la camisa de un hombre feliz, nosotros hemos acabado descubriendo que la mayoría de los hombres no son felices, y el que sí que lo es, no necesita camisa y va sin cubrir. Eso no significa que no existan buenos profesionales en el extranjero que hablen español, pero sí que ese debería ser el segundo punto, tras la profesionalidad y la capacidad de realizar bien el trabajo.
En el año 2003, subcontratamos a una persona en Polonia para hacer el grueso del trabajo de campo de toma de precios, entrevistas y traducción de información de revistas profesionales. Las semanas iban pasando y no conseguíamos avanzar, a pesar de los pagos anticipados, de los correos y de mis visitas constantes al país. Al final, tuvimos que sustituirle por un joven de 24 años, llamado Michal Zielinski, para que terminara el trabajo. Su español era básico, pero su capacidad intelectual y de trabajo eran extraordinarias, como lo era su dedicación al proyecto. Hoy es mi socio en la consultora y mi amigo personal, y en todos estos años ha ido mejorando su español, por lo que ahora lo habla muy bien. En Singapur contratamos a una china que nos hizo avanzar de manera sustancial, igual que en la Federación Rusa, en donde tuvimos un equipo en Moscú y personas subcontratadas en varias ciudades del país. Aunque había que estar traduciendo doblemente, pasando por el inglés, el resultado fue muy bueno.
Además de primar la capacidad y la disposición al trabajo, mi segundo consejo es que hay que estar encima de manera permanente, acudiendo al mercado, asistiendo a las reuniones (aunque sean en el idioma local y no se entiendan), acompañando siempre que se pueda a los socios locales, para no perder la dirección del proyecto de investigación. Ellos pueden saber el idioma y conocer el sector o el país, pero somos nosotros los que conocemos la metodología. En realidad, es un tándem perfecto si se consigue conjugar el “Know-How” de la consultora, con el “Know-Who” del socio local, como hicieron Hillary y Tenzig, aquella mañana de 1953, cuando, tras cinco horas de marcha, se izaron sobre el último risco para contemplar que habían conquistado la cima del mundo a 8.848 metros. Se abrazaron, se hicieron fotos, lloraron de alegría e hicieron ofrendas de chocolates, bombones y galletas a Chomolungma, por haberse dejado conquistar finalmente por aquel par de hombres valientes y esforzados, el neozelandés, futuro Sir, Edmund Percival Hillary, de 33 años, y su extraordinario “socio local”, el sherpa nepalí Tenzing Norgay.