El motín de la Bounty - Moneda Única

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


De situaciones extremas con el personal

El gran Lord del Almirantazgo estaba sumido en una tormenta de sentimientos, que su flema británica se esforzaba por ocultar. Estupefacto, admirado, perplejo y, sobre todo, tremendamente irritado. En primer lugar, porque no sabía muy bien por dónde empezar y cómo encajar la avalancha de noticias que había recibido sobre el tema, empujándose unas a otras para salir de ese viejo cartapacio verde con las letras en oro, en donde se guardaban todos los asuntos de gran importancia. A continuación, lleno de respeto y admiración por la proeza del capitán William Bligh, que había sido capaz de recorrer casi 6.000 millas náuticas en un bote con una pequeña vela y tan sólo un sextante, hasta llegar a la isla de Timor, de nuestros aliados portugueses (por cierto, que buen momento para servirse un Tawny Port ¿verdad?). No eran los barcos, ni los cañones, lo que hacían temible a la Royal Navy, sino oficiales de la categoría de Bligh que no tenían parangón en otras flotas, por esa mezcla de maestría náutica y de determinación. Y perplejo, porque, a pesar de su edad, no acaba de entender a la humana naturaleza, porque un motín siempre, siempre, siempre, siempre, se castigaba con ser colgado hasta la muerte en la horca. Eso lo sabía hasta el más zoquete de los más bisoños y más palurdos grumetes de la armada. Y aún así, se había producido un motín en el HMAV Bounty. Pero es que, además, el mismo había estado liderado por el primer oficial, ese bastardo malnacido de Christian Fletcher, que debió de vender su alma al diablo para pagar las deudas de su familia. ¡Así pagaba la generosidad de la marina al tratarlo como a un hijo y al ascenderlo a oficial! Eso le causaba una ira furibunda que intentaba mitigar dando con el puño encima de la mesa, mientras fruncía su anciano ceño.

Pero pagarían por ello. Oh, sin duda que lo harían. No tendrían escapatoria, porque para ellos ya no hay futuro, sólo un presente “where black is the color, and none is the number”. Es cierto que estaban en el otro lado del mundo, en medio del Pacífico, escondidos como ratas en medio de un océano inmenso, entre un millar de islas, pero… ¡Qué era eso para la marina más poderosa del mundo! Pagarían por ello, porque se puede ignorar una falta, se puede pasar por alto un error, incluso se puede disimular ante una pequeña indisciplina, pero el problema de los desafíos públicos es que si no se responden, sientan precedentes y quiebran el respeto del orden y la convivencia entre las personas civilizadas. Nuestra sociedad se mantiene porque cada uno sabe su posición en ella, como sabe cuáles son los límites dentro del marco de la ley y las costumbres. Y el día en que eso se acabe, que Nuestro Señor no lo quiera, empezará una decadencia mayor que la del Imperio Romano.

En mis diez años con la consultora de estudios de mercado han pasado muchos profesionales por nuestra empresa, que han aportado su trabajo, su ilusión y conocimiento. La mayoría ha decidido saltar a mejores trabajos o, al menos, a otros mejor remunerados o con más proyección. Es parte de la ley de la vida, porque las empresas son como las familias. En algún caso nos hemos encontrado con algún joven voluntarioso, pero con un perfil que no se adaptaba a la vida en alta mar, en una flota de guerra. En esos casos, lo hemos enfrentado de manera directa, hablándolo con ellos y explicándoles por qué no creíamos que encajaban, dándoles varios meses para buscar otro trabajo de manera voluntaria y con carta de recomendación. Con unos y con otros seguimos manteniendo el contacto porque tenemos un pasado en común, y siempre es bueno dejar un buen sabor de boca. Recuerda que los enemigos que haces al subir la montaña te los encuentras al bajar.

Sin embargo, también hemos tenido un par de casos de “amotinados”, el más destacado de los cuales fue un joven que no llegaba a la treintena, que nos fue “impuesto” por un cliente institucional al obtener un concurso de varios años en el que teníamos que poner a su disposición un profesional en oficinas y otro que estuviera 10 meses al año en el extranjero realizando actividades de comercio exterior. Los pecados suelen ser de origen, y en este caso, esta persona había trabajado para ese cliente, primero como autónomo, posteriormente como miembro de una consultora y luego nos lo habían colocado a nosotros. No hay nada peor que un toro toreado, por las mañas que acumula. La imprudencia de la edad le llevaba a resistirse a enviar informes y la idiotez propia del personaje le impelía a hacer feos constantes a los socios y al resto de los compañeros, como si él estuviera por encima del bien y del mal. Y lo más grave era que alguien dentro de la estructura del cliente le espoleaba diciendo que trabajaba para ellos y que nosotros sólo éramos unos intermediarios para pagarle el sueldo. Tal cual. Lo que me dejaba perplejo a mi era el porqué de ese empecinamiento chulesco en ignorarnos, cuando podría haber jugado tranquilamente a dos barajas. Como la cosa iba subiendo de tono, y se negaba de manera evidente a mandar informes y a pasar por la oficina cuando estaba en España, le di un ultimátum cuando estaba, por cierto, en un país bañado por el Océano Pacífico. Lo ignoró. Tomé un avión, llegué allí, le despedí. En la conversación me di cuenta de hasta qué punto se creía intocable, porque me amenazó con que el cliente nos echaría si no estaba él como interlocutor (lo cual no pasó, aunque dio muchos problemas, pero eso es otra historia).

Hay acciones que se hacen sin pensar en las consecuencias. “Fácil es caer en el infierno, las puertas están siempre abiertas, pero difícil es salir de él”.

 

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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