Josep Bertrán
Miembro del consejo editorial de Moneda Unica.
Profesor de comercio internacional Universidad PompeuFabra.
Director general de MTPSINSPAIN.
A tan solo dieciocho días desde el 25 de enero de 2011 el entonces Rais de Egipto Hosni Mubarak, tras resistir la presión de los indignados de la plaza Tahrir, abdicó del cargo de jefe máximo, puesto que ocupaba, desde el asesinato de Anuar el Sadat (1981); su presunta continuidad democrática quedó imprevisiblemente truncada dejando a su hijo Gamal sin trono.
El Rais Egipcio Nasser (luego sucedido por Sadat) en su afán por crear un gran espacio geográfico panárabe, de corte socialista, había conseguido que la uniformidad de los países, sobre todo del Norte de África, fuera más real de lo que se imaginaba. La revolución de Túnez, imbricó a Egipto, luego a Libia, Yemen, Siria, Bahréin.
El capitalismo de Estado de Nasser, también había dejado huella pues la desnacionalización que aplicó su sucesor Sadat para romper con los monopolios del Egipto socialista, no evitó un reparto desigual, (como ocurrió en la Unión Soviética), quedando la economía en manos de unos pocos burgueses y unos muchos miembros del ejército que desde entonces ostentan el poder económico del país.
Muchos observadores de la denominada revolución de la primavera árabe o la revolución de Facebook, piensan que así acabó el proceso. Pero la revolución no se inició en la primavera del 2011, el malestar social se venía arrastrando por lo menos desde hacía una década. Entre 2004 y 2010 hubo un promedio de 100 huelgas al año. Tampoco fue una revolución ni de Facebook ni de Tweeter, sólo una minoría intelectual y económica del país entre 10 y 15 mil personas son las que se coordinaban electrónicamente. Al Jassira, la cadena de televisión, fue el motor de los acontecimientos.
Un año después la punta de la pirámide ha caído. No es que sea irrelevante pero el resto sigue intacto. El proceso que se inició, puede llegar a ser una revolución, al fin y al cabo quitar a un dictador para sustituirlo por uno de sus ministros, es más un golpe militar que un cambio social. En el momento en que el presidente Mubarak perdió el soporte del ejercito acabó su estatus.
Lo que hay que hacer evolucionar en Egipto es todo un sistema donde la connivencia entre los estamentos económicos, jurídicos, policiales y de los medios de comunicación, dejen de estar permeabilizados por miembros afines a la jerarquía del ejército. No quiere eso decir que hoy al visitar una empresa, su gerente sea una hombre vestido de general, sino que nos encontraremos un ejecutivo con corbata, educado en Inglaterra o en Estados Unidos, pero que su trayectoria ha estado ligada al ejército, y con ello sus contactos. La gestión empresarial también acusa este fenómeno ya que el manejo de las habilidades directivas que emplea, son las que se aprenden en un “régimen jerárquico de poder incuestionado”. Las técnicas de motivación de personal para alcanzar la creatividad, la flexibilidad en el ambiente laboral, el papel de las mujeres y sobre todo la cooperación entre empresas competidoras, se desarrolla en un contexto poco dado al fair play, propiciando la corrupción y el amiguismo. Hoy genéricamente podemos afirmar que existen dos Egiptos: el de la corbata y el de chilava que conviven al más puro estilo feudal.
Derrocar los miles de pequeños Mubaracs y crear nuevas instituciones, es la asignatura pendiente. Cuando un reducido grupo económico domina un país, tiene mucho interés en que sean débiles o inexistentes y de ese modo ejercer su autoridad sin réplica. Se trata pues de reciclar todo un entramado social. Harán falta años de pedagogía democrática: en las aulas universitarias, en las urnas, en las instituciones, en las familias, en los medios de comunicación.
De las elecciones generales, el pasado mes de enero salió un parlamento en el que el 70 por ciento eran islamistas más y menos moderados. El sistema militar del Mariscal Mohamed Hussein Tantawi, hoy en el poder, no ignora la distribución del parlamento, sabe que el pacto debe hacerlo con la Hermandad Musulmana, pero por otra parte el ejército se nutre de la llegada de ayuda americana (1.500 millones de dólares anuales, el segundo país mejor dotado por Estados Unidos), a condición de que el conflicto palestino lo analicen con una perspectiva más favorable a Israel. Una ecuación de difícil solución.
Es probablemente en la visión conservadora de los Hermanos Musulmanes, en todo lo referente a la economía, donde reside el margen de negociación. Recordemos que este partido político lo integran muchos miembros de la élite económica. Es esperanzador que la Hermandad denunciara a los ex-radicales islámicos por usar la violencia para acceder al poder. Pero difícilmente actuarán contra la cifra de mutilación genital femenina (ablación de clítoris 97%). Por otra lado son conscientes de que su base de votantes les apoyará si reivindican un reparto equitativo del bienestar y que proclamar “El Islam es la solución”, pronto dejará de ser suficiente.
¡Cuánto durará la revolución! En Irán, la situación salvando las distancias, tiene similitudes que nos permiten hacer pronósticos, cae el dictador Reza Palevi, y suben al poder los Ayatolas treinta años después, Ahmadineyad, sufre por primera vez la presión en las urnas para dirigir sus propuestas hacia un cambio más democrático, pero reprime las voces discordantes.
Hay pues tres pasos a seguir: dictador, ayatola, democracia. Viendo la situación en España podemos añadir uno más, democracia imperfecta y democracia. Los actuales hechos del juez Garzón respecto a la Memoria Histórica, muchos observadores internaciones los interpretan como ese paso intermedio.
Egipto inicia un proceso largo en que los islamistas moderados de corte liberal en lo económico con mayoría en el parlamento, distan mucho de ser demócratas, mientras que un régimen militar permeabiliza masivamente todo el entramado del aparato productivo y limita la capacidad de crecimiento.
El cambio es cada vez más urgente ya que el porcentaje que vive por debajo del umbral de la pobreza aumentó del 20 al 44 por ciento, paradójicamente cuando el crecimiento del PIB estaba en el 7 por ciento, (una cifra envidiable para España 0,3 por ciento) pero es que el crecimiento no muestra la forma en que se distribuye la riqueza. Los índices demográficos indican que Egipto es joven, el promedio de edad es de 29 años (frente a los 40 de España). Un país que ha pasado de 20 millones de habitantes a principios del siglo XX a los 70 millones en la actualidad. Una población llena de energía.