Jesús Centenera.
Agerón Internacional.
De la verdadera historia del dios Quetzalcóatl
En el panteón precolombino de los dioses mesoamericanos destaca Quetzalcóatl que es a la vez “serpiente y ave con plumas hermosas”, conocida también como “ave de las edades”, “gema de los ciclos”, “el precioso aconsejador” y “movimiento y quietud”. Según la leyenda, Quetzalcóatl enseñó el cultivo del maíz, el trabajo del jade y de la obsidiana, la escritura pictográfica, el teñido del algodón y la astronomía, trayendo conocimientos y prosperidad a los hombres. Cuando decidió partir, prometió que volvería un día con su pueblo. Así, cuando los indios vieron al de “las barbas de serpiente”, como también se le conocía, con armaduras refulgentes y a lomos de aquellos seres briosos de cuatro patas, algunos creyeron que se cumplía la profecía, lo que fue utilizado de manera interesada por los cronistas españoles para reforzar la relación con Hernán Cortés y sus acompañantes. Pero no era un dios benéfico el que llegaba, ya que, como casi todos los conquistadores, la conquista estuvo motivada principalmente por la búsqueda de riqueza y posición, sin que eso quite importancia a la evangelización y a todos aquellos que tuvieron buenas intenciones, ni a la épica de la gesta desde el punto de vista del hombre sencillo ante la inmensidad de la naturaleza americana. Ese encuentro entre dos mundos supuso un choque violento que trajo guerra, saqueo, dolor y muerte, así como la destrucción de un orden socio-económico previo a lo largo de todo el continente. Pero también trajo un rico intercambio de productos e ideas de un lado y de otro, y, sobre todo, aportó un fértil mestizaje racial y cultural, cuyo fruto son los pueblos de las naciones iberoamericanas actuales con toda su grandeza y todo su potencial, con un futuro muy prometedor.
Sin embargo, desde la independencia de las metrópolis peninsulares de aquellos estados en los que se organizó el continente americano en el siglo XIX (a veces con fronteras sin sentido y con guerras incomprensibles), esos pueblos hermanos vivieron durante décadas con tenues conexiones, a excepción de las migraciones económicas (fruto del hambre) y políticas (la última y más triste, el éxodo tras la guerra “incivil” española) desde Europa a América en sucesivas oleadas. Por ello, nuestro rey emérito, S.M. Don Juan Carlos I, al principio de su largo y pacífico reinado, quiso encargar el que se hiciera algún programa que uniera a la juventud de ambos lados del atlántico ¿Quién podía concebir, desarrollar el detalle e impulsar un programa de esa envergadura, que resistiera el paso de los años, hasta el punto que se ha convertido en un referente mucho más importante que las propias cumbres Iberoamericanas? ¿Quién tendría el conocimiento teórico, la fuerza física, el ansia de saber y la audacia de llevarlo a cabo? Pues no fue otro que D. Miguel de la Quadra Salcedo, un español nacido en Madrid pero de raíces vasco-navarras, con una trayectoria increíble. Habiendo estudiado la Ingeniería Técnica agrícola, se dedicó al deporte, donde destacó como atleta, subiendo al podio hasta nueve veces como medallista en lanzamiento de disco, peso y martillo, siendo también bueno en lanzamiento de jabalina, y participando en múltiples competiciones internacionales, incluidos los Juegos Olímpicos de Roma (1960), representando a España. A principios de los sesenta trabajó en temas botánicos, más cercanos a su formación, en la selva del río Amazonas para el Gobierno colombiano. Con posterioridad, trabajó para el ente público Televisión española (TVE), como reportero internacional por todo el mundo, elaborando también documentales muy interesantes, incluidos algunos sobre temas americanos. Como periodista ganó el premio Ondas y la Antena de Plata y varios premios de televisión por dichos reportajes, siendo un ejemplo para múltiples jóvenes que decidieron convertirse en periodistas, como contaba Arturo Gómez Quijano en el homenaje en la Universidad Complutense. Para completar este breve esbozo, recoger el testimonio coincidente de tantos que le conocieron sobre su gran humanidad, mezclando su vertiente de “maestro” y educador de la juventud, con su capacidad empática para hacer relaciones a todos los niveles, bajando a las cabañas, subiendo a los palacios y escalando los claustros, pero, a diferencia del Don Juan de Zorrilla, no dejando memoria amarga, sino hermoso y agradecido recuerdo.
Así surgió en 1979 la Aventura 92, transformada luego en Ruta Quetzal, y apadrinada luego por el BBVA hasta 2016, casi treinta años de periplo. Con el tiempo, la ruta se desarrolló hasta involucrar a jóvenes de 16 y 17 años de más de 55 países, que convivían durante 45 días en viajes por distintas zonas de Iberoamérica durante los meses de junio y julio, y que ha contado con la participación de más de 7.000 jóvenes. Decía William Faulkner “Dreams have only one owner at a time. That’s why dreamers are lonely.”, pero Miguel consiguió contagiar de su sueño a varias generaciones de las dos orillas de nuestra “Mar océana”, reforzando los lazos de la Hispanidad.
Lo principal no era tanto su forma física, ni su empuje y dinamismo, sino su capacidad creativa y su capacidad de ilusionar. Era un comunicador nato, buscando siempre elementos originales o impactantes, o incluso una manera distinta de presentar la realidad. Como bien nos recuerda el periodista Carlos Pecker, Miguel decía: “Si no conoces América, es que no conoces España. América es una parte de España y España es una parte de América”
A los 84 falleció en mayo del año pasado en Madrid, dejándonos un poco huérfanos, pero también con un rico legado, trabajando casi hasta el último minuto en los distintos retos, quizás porque a pesar de la edad, seguía siendo un joven imprudente, como decía Pearl S. Buck: “The young do not know enough to be prudent, and therefore they attempt the impossible – and achieve it, generation after generation.” O quizás es que era en realidad el dios Quetzalcóatl renacido, que vino esta vez sí, a traer el conocimiento y la prosperidad a los hombres.
Descanse en paz Miguel de la Quadra Salcedo.