Hubo una Siria antes de la guerra - Moneda Única
Opinión

Hubo una Siria antes de la guerra

Jesús-Centenera-(Ageron)

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


Carreteras y baños en 2008

En Europa sólo vemos la punta del iceberg, que son los refugiados, una pequeñísima parte de los mismos. Pero el verdadero drama es esa guerra civil e internacional que se prolonga durante años, con un alto coste de vidas humanas y de destrucción. Sin querer banalizar, no puedo dejar de recordar los cuatro días intensos en los que estuve en Siria en 2008, que me gustaría compartir hoy. Nos encargaron un estudio de evaluación en varios países y yo me encargué de todo Oriente Medio. Me quedé en el hotel Carlton, que no tiene nada que ver con la cadena Ritz Carlton, creo, ni con su pretensión de ser “4 stars deluxe”. Empiezo mal el día, intentando hacer fotos de un mural gigantesco a mayor gloria del presidente Hassad y de su antecesor, el también presidente Hassad (¡qué curioso, se llaman igual!), con ese edificio tan bonito que hay enfrente del hotel. Se me acerca uno que hay sentado a la puerta y me dice que no puedo hacer fotos. ¿Y este tío quién es y porque se pone tan pesadito? Vaya, que yo ya sabía que Siria “no es una democracia de tipo occidental”, pero si no quieren que hagan fotos a los murales, que no los pongan en la calle ¿no? Claro que luego me dijo mi taxista que el edificio que había detrás, y al que parecía que yo quería sacar fotos, era la sede de la policía secreta siria. ¡Menos mal que el tipo me dijo que quietecito, que la que hubiera podido montar el primer día pasando por espía occidental por un muralito de nada! Si tampoco era tan bonito.

Hacer 7 entrevistas en cuatro ciudades distintas y visitar todo el país en cuatro días, me resultaba bastante complicado. La lista era larga, siendo lo principal para mí visitar las ruinas romanas de Palmyra (la ciudad rosa del desierto, de la seductora Zenobia), Aphamea (la de las columnas levantadas de dos kilómetros de longitud) y Bosra (la ciudad de basalto volcánico negro), porque estaba preparando mi web de difusión cultural, que hoy cuenta con más de 50.000 fotos, www.romanheritage.com Sobre las de Siria, es un poco más falso que un decorado de Espartaco, con todo levantado y reconstruido, con arqueología “creativa”, pero prefiero que lo veas tú mismo, pensando que son ruinas de verdad y que las columnas se han quedado de pie esperándote a ti, los últimos dos mil años. Bueno, hasta que han llegado los del ISIS. Además de las ruinas romanas, también quería ver los castillos medievales, como el de El Crac de los Caballeros, construido por los cruzados, y el pequeño castillo del Viejo de la Montaña (en realidad, sería el viejo de la “colina”, porque montaña no era). Ese que enviaba asesinos drogados a matar a reyes, condes y emires, o el que para demostrar su poder al rey de Jerusalén, ordenó a algunos de sus sirvientes que se arrojara por la ventana y le obedecieron precipitándose al vacío. ¡Si el mismísimo Saladino había levantado el sitio del castillo al encontrar en su tienda una nota y una daga! Y las iglesias y mezquitas de Homs, donde estuve rezando y hablando con los “curucas” de la iglesia local. O Hama, con su mezquita reconstruida (porque alguien la mandó bombardear, y no miro a nadie), el palacio Azem y las norias de madera. Por no hablar de la gran mezquita de Alepo a la que acudí durante la oración de los viernes, confundiéndome con los fieles musulmanes, pero recogido y piadoso, para después rodear su ciudadela amurallada, antes de perderme en el zoco la víspera de la fiesta del cordero, en este caso del “Eid al Mubarak”, entre puestecillos de especias, jabones, corderos, sedas y telas. No debe de quedar nada ya. O comer mirando al mar en Lataquia en un atardecer precioso, con el Mediterráneo al Oeste (“a tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos…). Finalmente, acabar viendo la gran mezquita de Damasco (en realidad, catedral de San Juan Bautista, aclaro para cuando empiezan a decir tonterías sobre la mezquita-catedral de Córdoba) y la ciudad vieja, más una visita relámpago al museo arqueológico nacional. En tres días y medio casi 2.000 kilómetros (“polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga”). Maravilloso país, “So many ruins, so Little time!”

Y hablando de kilómetros, ¡Qué peligrosas son las carreteras! Bueno, no es especial de Siria, ya que todo el mundo sabe que se conduce terriblemente en todos los países en desarrollo (y en Italia que es del G8). Empezando por los “moteros”, que no van en Harley ni llevan cazadoras de cuero, pero que tampoco tienen desperdicio. Nos pasa rozando una moto con un cabrito, o una cabra. Más bien un cabrón. O sea, uno en moto con un cabrón (para que no haya dudas). También veo a niños que no han cumplido 12, y todavía no se afeitan, llevando a sus orondas madres en unas mini-motos. Lo sorprendente no es que sepan conducir, sino que mantengan el equilibrio, como el oso motorista. Hay una familia de papá, hijita, mamá y bebé en brazos, sentados todos en unos ochenta centímetros de longitud. Y, finalmente, pasa uno con un armario completo, escorado, para poder ver, porque lo que es frenar, como tenga que frenar, se le mete la cabra en el armario. También están las camionetas y los camiones. De las primeras veo varias con cabritillas y con vacas, muy calladitas, mirando al suelo, con más miedo que vergüenza. Hay también camiones llenos de gente, sentados en la parte de atrás, pero tapados por una lona, me imagino para que no traguen polvo, que sólo levantan en la gasolinera, para echarse el “pitillito” ¿En la gasolinera? Veo también uno lleno de cartón hasta los topes, que parece una caravana electoral, porque va perdiendo papelillos durante todo el camino, o al menos los 4 kilómetros que nos cuesta adelantarle. Hay un camión que lleva varillas de acero muy largas, para la construcción. Están atadas en dos haces y sobresalen por la parte de atrás del camión. Esperas que te diga que no llevan nada para señalizarlo y que corres el riesgo de “ensartarte” cual espeto si te acercas mucho, ¿verdad? Pues no, porque los sirios han encontrado una manera de que sea más seguro que en Occidente. A saber, en lugar de llevarlas enhiestas, cual mortíferas lanzas sarracenas, las llevan golpeando el suelo, produciendo un bonito reguero de chispas. Y tan frescos los tíos. Sólo espero que el camión de los cartones y papeles no se le acerque demasiado. Pero lo que es más sorprendente es que en las autovías tienen un sistema parecido al dispositivo que monta la Guardia Civil a la vuelta del fin de semana o en la “operación retorno”, cuando habilitan un carril en sentido contrario, marcándolo con unos conos y una luces, y vigilado por dos motoristas. Claro que como en Siria no tienen Guardia Civil, ni operación retorno, pues se ahorran la policía, los conos y las luces. Pero dejan lo de ir a contramano en la autovía de manera habitual, tanto de motos (¡esos cabritos!), como de coches y camionetas. Literalmente. El único consuelo es que la mayoría de los que venían a contramano llevaban las luces encendidas. Sí lo has oído bien, la mayoría. Total que estábamos conduciendo con coches por la derecha y por la izquierda con mucho toque de pitos y muchos volantazos. ¡Vaya susto! Por eso iban las cabras y las vacas en las camionetas mirando al suelo sin decir ni “mu”.

Sígueme a la misteriosa y exótica Damasco y a probar los afamados baños árabes. Entré en la ciudad antigua por el barrio cristiano que me dejaba perplejo, porque al ser el mes de diciembre, había belenes y luces de Navidad en las casas, portales e iglesias, ¡En el corazón de Damasco!, prueba de la tolerancia que se disfrutaba en este país con casi un 10% de cristianos. Al pasar a la zona musulmana, vuelvo a sentir, una vez más, la emoción que da perderse en el zoco, que es como saltar en el tiempo hasta la Edad Media, con los olores, los colores, los vestidos y la marabunta de gente que se desplaza como un fluido entre las estrechas callecitas. Tan sólo la presencia de móviles y algún coche despistado que se ha metido por la zona peatonal nos recuerda lo que hemos avanzado (¡Ah! Pero…, ¿hemos avanzado?). Lo que no hay son motos, porque hace unos años las prohibieron en el casco antiguo “para evitar atentados”. Sic.

Bueno, y héteme aquí en los famosos baños árabes. Tras pagar, me dan dos toallas y me dicen que me cambie… ¡en el mismo hall de entrada que se ve desde la calle!, y que no por espacioso está menos a la vista. Me anudo una toalla a la cintura (o casi) y la otra me la pongo en los hombros, pero me siento un poco raro. Luego me dicen que vaya hacia la zona interior en donde entro en una especie de baño turco, todo alicatado hasta el techo señora, pero con mucho vapor. No hay sitios para sentarse, así que me siento en el suelo y observo. La gente está tirada o sentada, echándose agua de cuando en vez, que cogen de grifos o de pequeñas fuentes en cuencos de metal. Después de un rato, empiezo a investigar, preguntándome de dónde sale el vapor, y descubro que hay un pequeño cuarto, con un tubo de cobre del que sale el vapor que está cubriendo toda la sala, pero no más grande que una hornacina para tres personas, en donde me siento yo solo, pero que al cabo de un rato consigue lleno total, “sold out”, no hay entradas, ya que se sientan otros dos. Entre que es estrecho, que es sofocante y que yo no tengo pinta de santo para estar en la hornacina de San Jesús el Damasceno, me vuelvo a la sala principal, a sentarme otra vez en el suelo. Estando allí puedo ver a un tipo alto, gordo y calvo, tipo Marlón Brando en Apocalypsis Now, que me dice algo en árabe. Estos de inglés ni palabra, pero al final entiendo que es el “masaje” que viene incluido con los baños. Así, me introduce en una pequeña habitación lateral sin puerta, de unos 2 por 3 metros, y me dice que me siente, en el suelo. Me empieza a frotar con una bayeta de estropajo natural de color indefinido y más áspera que el papel higiénico “el elefante”. Yo estoy un poco incómodo, porque, además, se me abre la toalla, pero me dejo hacer. Luego me dice que me tumbe. Claro que como no le entiendo, me agarra por el brazo y me tumba él, de cubito prono, o sea, boca abajo contra las baldosas cubiertas de agua tibia. Me empieza a frotar y a restregar la espalda, los brazos, los muslos, mientras me aprieta contra el suelo. La toalla, empapada y caída de lado, ya no tiene ni el uso de secar, ni el de proteger el pudor. No me puedo mover ¡Con un tío gordo y calvo dándome una paliza! Pero una señora paliza. No hay que confundir los baños árabes de Madrid, Córdoba, Granada o Sevilla, con los de los países de Oriente. Finalmente, tras unos minutos que se me antojan horas, consigo enderezarme, apaleado, y me voy hacia afuera. Y eso que todavía me queda tiempo, como me indica por señas tu primo, pero considero que ya le vale al tío con su estropajo. Aunque para terminar, me ofrecen un té caliente en el amplio hall de entrada, ese que se ve desde la calle del viejo Damasco, que yo rechazo porque quiero irme de allí.

Rezo por el pronto final de esta guerra horrible, y espero que un día se pueda visitar de nuevo, creando riqueza con el turismo en el país.

 

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

Compartir
Etiquetas: