Jesús Centenera.
Ageron Internacional.
De Moscú a Ulan Bator. 2009. (III)
Al volver al hotel, le pido a la recepcionista que me despierten a las 9 para ir a ver supermercados, ya que mi cita no es hasta la una en el otro hotel. Pero cuando me llaman, estoy tan “matado” que le pido a la del turno de mañana que si me puede llamar de nuevo a las 11 y me dice que sí. Vuelvo a caer como un tronco hasta que suena el teléfono, diciéndome que es mi llamada de despertador. Me levanto y me voy al baño, para darme una ducha como es debido, ya que en el tren dicen que tienen ducha, pero en realidad quiere decir que en el baño tienen un agujero en el suelo y te puedes echar el agua del grifo por todo el cuerpo con las manos, que, a falta de otra cosa, servir, sirve, pero no es lo mismo. Así que le doy a la palanca para un lado. Fría. Bueno, será para el otro. Fría. A lo mejor es que no la he dejado correr lo suficiente, y como no la he de beber, pues eso… No sé si me lo parece, pero sale más fría todavía. A ver hacia el otro lado. Fría. Y el cuarto no está mal, pero no tiene calefacción ¿o sí tiene? La verdad es que he oído un zumbido toda la noche, pero no sabía si era la calefacción o el aire acondicionado, por el frío que hacía, pero como no tenía termostato individual, ni nada que se le asemeje, pues no tengo ni idea. En fin, que tras casi cinco minutos dando para un lado y para otro, decido que como los valientes, ducha fría para desayunar, machote. Cuando salgo de la ducha, vuelve a sonar el teléfono. Es la recepcionista que me pregunta: – ¿A qué hora pretende salir del hotel?- y me recuerda que a partir de las doce cobran por horas una parte del siguiente día.
– Pues antes de las doce señorita.
– Es que ya son las doce y cuarto.
– Pero si me acaba de llamar usted, que le pedí que me llamara a las 11.
– No perdone, que yo le he llamado pero a las 9.
– En fin, que un misterio, si usted lo dice, pero no se preocupe que en cinco minutos estoy abajo.
Cuando llego a la recepción me quiere hacer pagar los 20 minutos de más y le digo que ni hablar, que ha sido culpa suya y que lo deje estar. Entonces, me dice que vale, que le pague los 3.500 rublos de la habitación y que ya está. A lo que le digo que ya está pagado. Me dice que no le consta. Saco la tarjeta de la directora de la agencia de viajes de ayer (o de hoy por la noche, para ser más exactos) y que la llame. Así, mientras la simpática recepcionista se pone en contacto con la otra, miro alrededor, a ver si veo algo que leer para hacer tiempo, y me encuentro con un cartel que no leí anoche por estar muy cansado: “Estimados Huéspedes, se comunica que los días 26 y 27 no habrá agua caliente por ser la revisión anual del sistema de conducción” ¡Ah! Era por eso. También es puntería, ¿eh?, justo la revisión anual. Hay 365 días, y llego el de la revisión.
El taxi tarda en llegar, y salimos tarde hacia el otro hotel, a donde llego a la una en punto, todo preocupado por si mi cita ya ha llegado antes que yo. Espero diez minutos en la puerta y no viene nadie. Pero la puerta del hotel no está cerrada con llave, por lo que decido entrar, para ver si han llamado preguntando por mí. El de la recepción es el del turno de mañana y me pide mil disculpas, diciendo que su compañero se había dormido. Pues, felicítele de mi parte, porque tiene un sueño profundo. Bueno, eso, y que estaba “cocido” por el vodka, como me confiesa más tarde, diciendo que se la va a cargar. Después de 40 minutos, y como no consigo llamar con mi móvil, llamamos desde el hotel y dejo recado. Finalmente, a las dos, llama al hotel la persona que iba a encontrarse conmigo y dice que perdón, que se le había pasado, “uy que tontería”, pero que no me preocupe, que en una hora más o menos estará allí. Es más, que para que no se me haga muy pesado, que me vaya al centro comercial que hay ahí cerca y que la espere en una cafetería hasta que llegué ella sobre las tres. En fin, que la paciencia es algo que siempre hay que llevar en la mochila, sobre todo yo, ya que no me gusta discutir y me agota el tema.
Todavía se construyen edificios estalinistas
Además de tener la reunión y de ver supermercados, me da tiempo a dar una vuelta. De la ciudad, destacar el paseo peatonal central, lleno de estatuas de diversa valoración, así como la sorpresa porque todavía siguen haciendo edificios estalinistas, como el parlamento regional de Sverdlovsk. A destacar también el paseo junto al río, que les ha quedado muy bonito, el mini-santuario de Santa Catalina y la Catedral de la Sangre Derramada, en la que tienen iconos del zar Nicolás II y su familia, asesinados por los bolcheviques en 1918, como si fueran santos, con su aureola y todo. Me quedo un rato largo al servicio religioso ortodoxo, con sus cánticos en eslavo antiguo y sus mil persignaciones, todos de pie, con mucha solemnidad, pero no le rezo a San Nicolás II, porque es estirar mucho el tema.
Esta vez tengo un billete de segunda clase de Ekaterimburgo a Omsk, pero intento cambiarlo. Hago una cola eterna, de más de media hora, para poder pagar la diferencia y subir a primera, porque no me siento como para compartir cabina con tres rusos borrachines y malolientes. Pero tras hacer la cola, me dice la señorita que al ser extranjero, me tengo que ir a la ventanilla de al lado, la que pone que ha salido por “descanso tecnológico (sic) de 15 minutos”, hace más de media hora. Le digo que no hay nadie, pero me contesta que es allí en donde me lo pueden cambiar, así que me pongo el primero de una fila de uno. Otros diez minutos después, aparece la del “descanso tecnológico” de 15 minutos, que ha sido al menos de 40 por lo que yo puedo saber, y me dice que qué quiero. Le doy mi billete y le digo que quiero subir a primera clase, a lo que me contesta que es muy caro. ¡Cómo me recuerda mi primer viaje a Rusia con mi joven y bella esposa, que ya contaré, en donde no nos vendían billetes porque decían que eran muy caros! Claro, debe de ser caro, pero aun así, quiero subir a primera. Insiste en que es muy caro. Le digo que no me importa, que si me puede decir cuánto es y que se lo pago. Se pasa otros cinco minutos mirando la pantalla (¿se habrá quedado traspuesta?), pero no dice nada. Al cabo de un rato que se me hace eterno, me dice que es imposible, que está todo lleno. Le digo que, perdone señorita, pero en los tableros electrónicos que dicen cuántas plazas quedan, parece que hay todavía plazas, así que si lo puede mirar otra vez. Me dice que no puede cambiar mi billete, así que le digo que no lo cambie que me dé uno nuevo. Me vuelve a decir que es muy caro. Me empieza a cargar un poco el tema, pero, sobre todo, es que el tiempo se va yendo lentamente, y mi tren está a punto de salir. Le digo que no me importa, pero que me diga si puedo comprar uno nuevo, y entonces me dice que ya no, que el sistema no le deja y que no puede hacer nada. A veces los mataría. A casi todos. Pero, ¿sabes qué es lo más gracioso?, Que cuando me subo al tren va medio vacío y no tengo que compartir la cabina de cuatro con nadie, porque soy el único. Por cierto, me dan periódicos, kit de aseo y zapatillas, lo que no me habían dado en primera. Éste es un país de locos.
Tras trabajar “intensamente” en Omsk, ver la catedral de la Asunción (reconstruida), con sus torres de cúpulas azules rodeando la gran cúpula dorada, y pasear por un mercadillo, me voy de la ciudad en un nuevo tren, siempre hacia adelante, hacia Novosibirsk. Como cantaban los de Queen en el “Year of 39’”: “Ne’er look back, never feared, never cried”. Déjame que te cuente ahora (“limeña”) el alegre tren llamado “Irtish”, como el río de Omsk. Es uno de los que cubren el trayecto de Omsk a Novosibirsk, y a diferencia de los otros, parece un tren de más clase, con mejor servicio. Pero me llama la atención la insistencia en vender que tiene el personal y cómo repiten una y otra vez que vayamos al vagón restaurante. Finalmente, decido ir a cenar, y veo que es diferente del tren anterior, en el sentido de que sólo la mitad está llena de mesas y sillones, y el resto es una barra y un espacio vacío, en lo que luego entiendo que es una pista de baile. Tienen una tele con video-clips de música americana de los ochenta y noventa, preparado todo como una discoteca, con una mini-pista de baile. Me siento a cenar y una de las camareras me dice que es costumbre en Rusia invitar a las chicas y que si se puede tomar un vino (a treinta euros la botella), a lo que le digo que yo soy español y que en España no es costumbre, y cuando lo es, es otra cosa. Después veo que las tres camareras se acaban sentando en las mesas de los clientes que las invitan y van pidiendo copas, empezando por vino y subiendo luego a vodka y brandy local. El espectáculo empieza luego, cuando unos clientes rusos empiezan a dar voces y dicen que ellos no van a pagar esa cantidad que les han puesto, y dicen que eso parece un “Night Club”, amenazándose unos a otros con llamar a la “militsia” o policía. Pienso que ese es el problema por haberles dejado sentarse y por haber bebido con ellas, que a qué vienen ahora los gritos, pero yo me quedo calladito y mientras discuten quién va a llamar a la policía, decido pagar mi cuenta e irme, que yo no quería cena con espectáculo.
Un país que sorprende…
incluso para bien
Me ha sentado mal la cena y duermo fatal en el tren, por lo que al llegar a Novosibirsk decido entrar en un hotel que está enfrente de la estación a las 7 de la mañana y que se llama como la ciudad. Me dicen, una vez más, que hasta las doce del mediodía es una noche, y que si quiero quedarme más que me cobran por horas hasta las seis y después dos noches, pero le digo que prefiero tener la tranquilidad de no tener que salir corriendo, así que ya veremos cuando me voy, señorita, porque mi tren es a las diez y media de la noche, así que ancha es Castilla. Y más la estepa rusa. Me echo un rato, descanso bien, y luego como, excelentemente, en el Beerman & Grill, que es el restaurante del hotel, pero que tiene una comida muy buena, con carne jugosa y todo. Hago mis visitas de supermercados y acabo cerrando mis tres citas por la tarde. Cuando voy a pagar, la señorita me dice que no hace falta que paga extra, que soy un extranjero y que debía de estar verdaderamente cansado, que no me preocupe, y que bienvenido a Siberia. El país no deja de sorprenderme… y a veces para bien.
Jesús Centenera
Agerón Internacional.