Jesús Centenera.
Ageron Internacional.
De la escritura cuneiforme
León es una ciudad llena de tesoros y misterios, tantos, que apenas se puede llegar a conocer una parte de los mismos en un viaje breve (claro que, ¿quién ha dicho que tengas que hacer un viaje breve? Alárgalo, viajero). Entre ellos, hay uno de especial relevancia para mí, que es el Museo Bíblico y Oriental, un pequeño museo recoleto, que fue particular en su día. El mismo tiene muchas piezas, de mayor o menor valor, pero todas muy originales. Torahs, representaciones de Alejandro Magno, restos de pequeñas estatuas y bustos romanos, etc. Bajando la escalera, en la planta baja, tras observar un bello Nacimiento o Belén napolitano del siglo XVIII, podemos ver unas pequeñas vitrinas con unas extraordinarias tablillas escritas con caracteres cuneiformes.
La escritura cuneiforme empezó como la egipcia, es decir, con pictogramas, como la escritura china actual, en la que cada signo representaba una idea concreta. Claro que ese sistema no permitía la representación de conceptos abstractos. Poco a poco fue evolucionando hacia un sistema silábico, en el que con unos 600 caracteres se podía ya expresar casi todo. Sin tener la simplicidad de nuestro sistema alfabético, era un avance tremendo. De hecho, que me perdonen los chinos, pero creo que un gran problema para que sea en el futuro lo que han sido los Estados Unidos en los últimos 70 años radica en su escritura. Para que un país se convierta en un centro mundial que atraiga a lo mejor de la intelectualidad y de los estudiantes de todo el mundo, es conveniente que el proceso de aprendizaje de su idioma no sea una muralla (China) insalvable.
El proceso de descripción es largo y trabajoso. En 1621 Pietro Della Valle, un viajero italiano visitó Persépolis y envío a Occidente las primeras pruebas físicas de esa escritura maravillosa. Pero no sería hasta 200 años después, en 1835, cuando un oficial de la marina británica, Henry Rawlinson encontró una inscripción trilingüe (en persa antiguo, babilonio y elamita) en un acantilado en Behistún, entonces Persia, hoy Irán. Provenía de la época de Darío I el grande, y utilizaba los tres idiomas de su imperio. Además de Rawlinson, Edward Hincks, un irlandés experto en todo lo relacionado con Asiria, trabajó intensamente en la traducción. El elemento final fue el golpe de suerte que supuso el descubrimiento en 1842 de la biblioteca de Asurbanipal en la ciudad de Nínive realizada por Paul-Émile Botta. Debió ser como un niño en pastelería: miles y miles de tablillas de arcilla con textos cuneiformes (alrededor de 22.000) para poder viajar al pasado y leer todo lo que habían escrito aquellos hombres que nos hablaban con voz queda desde la tumba.
De entre todas las cosas que hemos recibido de ellos, sin duda la más importante es el poema o epopeya de Gilgamesh. Es que lo tiene todo: lujuria desenfrenada; dioses enfadados; lucha a muerte, amistad eterna; viajes de aventuras; búsqueda de la eterna juventud; etc. Y los sorprendentes paralelismos bíblicos, sobre todo el de un “diluvio universal”, o que el enemigo que evita llegar a la inmortalidad sea la pérfida serpiente. Aunque el estilo no es de premio nobel de literatura, merece la pena leerlo, y reflexionar sobre cómo pensábamos hace más de cuatro mil años.
Además de ese poema épico, hay obras de historia, gramática, religión, ciencias, arte, literatura. Pero de todo el legado que tenemos de la antigüedad, hay una inmensa mayoría de las tablillas cuneiformes son…listas de mercancías. Como no podía ser de otra manera, abunda algo tan prosaico como los productos, los intercambios, los almacenes, los campos, las lindes, etc. Aun así, creo que somos muy afortunados de poder asomarnos y deleitarnos con estos breves retazos de un mundo que ya no es, de unas gentes extrañas que pasaron, pero con los que seguimos teniendo tanto en común, aunque seamos tan diferentes.
Yendo al tema del artículo de hoy, creo que la gente no valora bien el arduo trabajo de los arqueólogos, lingüistas y otros eruditos. Porque si bien hay momentos de intensa emoción, como el descubrimiento de la piedra Rosetta, del ya mencionado acantilado Behistún, o la cámara de Tutankamón por Carter, la mayor parte de su trabajo es tedioso, repetitivo y sin grandes descubrimientos. Hay que ser minucioso y exhaustivo, paciente y tenaz, perseverante y cuidadoso.
Algo igual nos sucede con el trabajo de gabinete, lo que nos pasa en la búsqueda de fuentes indirectas por internet en los estudios de mercado. Hay muchas pequeñas piezas de información dispersas, como las miles de tablillas de arcilla rojizas que el tiempo ha vuelto de un suave ocre o incluso marrones. Porque la mayoría de la gente se sumerge muy animosa en la búsqueda, pero no tiene la paciencia de seguir buscando página tras página. Y no tiene mucho sentido que lo que marque la búsqueda sea la capacidad para posicionarse de las empresas, o el dinero que paguen en publicidad. Es muy probable que lo que necesitamos sea avanzar por nuestra cuenta, siguiendo nuestros intereses, y no el de terceros.
Además, la falta de un método puede llevar a perderse en los detalles. Por ejemplo, voy mirando páginas, las abro, y me despisto, avanzando lentamente. Una alternativa es ir viendo páginas que parezcan interesantes, de manera superficial, archivándolas por temas: competidores, canales, marketing, revistas, otros temas, etc. Vamos guardando direcciones, avanzando a velocidad de Blitzkrieg, para poder llegar lo más lejos posible. Una vez exhaustos, sin suministros y lejos de nuestro campamento base, es el momento de volver a cada una de las carpetas, e ir abriendo las distintas páginas ¿Y eso hace alguna diferencia? ¿No es lo mismo cambiando el orden? Sinceramente, creo que no, por dos motivos; en primer lugar, marca un territorio total para analizar; en segundo lugar, porque cuando se han visto muchos titulares, uno se hace una idea de cuáles son los más interesantes, en los que más merece la pena profundizar.
Jesús Centenera
Agerón Internacional.