China siguió acaparando toda la atención de los inversores durante el verano. No en vano, tras la publicación de las estadísticas económicas del gigante asiático, se desató el pavor por la salud de la segunda mayor economía del mundo. En particular, atemorizó el dato sobre las exportaciones del país, en franco retroceso interanual, y cuyo declive re-abrió el debate sobre la desaceleración de la actividad económica china.
Al parecer, la debilidad del dato halla su explicación principal en un descenso de las exportaciones con destino a Europa y Japón. Al compás del colapso de los precios de las materias primas, los índices de precios permanecieron muy flojos, e incluso en negativo en el caso de los precios de producción. No obstante, si bien el principal índice de precios al consumo estuvo también muy apocado, saldó el periodo en positivo. Aunque China no ha entrado en deflación hoy por hoy, cabe subrayar que probablemente el hecho de que la inflación se mantenga a flote se debe principalmente a un factor tan concreto como la subida de los precios de la carne de cerdo. Hay quien se congratula de una coyuntura así y destaca que un nivel de inflación inferior al objetivo del banco central chino incitará éste último a mayores esfuerzos para endere-zar los índices de precios. El Gobierno no permaneció de brazos cruzados ante la ralentización. Todavía se puede recurrir a nuevas medidas de política monetaria y fiscal para estimular la economía. Al poco de publicarse dichas cifras, ya se rumoreaban en el mercado proyectos de construcción del Gobierno sufragados por me-dio del banco central. A decir verdad, resulta difícil predecir si China sufrirá una ralentización más grave que la esperada por las autoridades. No obstante, el banco central chino aún tiene margen de maniobra en comparación con otros bancos centrales ya que, a diferencia de ellos, todavía no ha dejado a cero los tipos de interés.
Por añadidura, entre los cartuchos que puede quemar el banco central chino figura el tipo de cambio, que es de hecho la principal arma a la que recurrió tras los acontecimientos relatados: parece que China quiere que su moneda fluc-túe con mayor libertad de ahora en adelante. Los efectos de esta nueva política en los mercados de divisas no se hicieron esperar y el yuan perdió algunos puntos porcentuales tan pronto como se acordó el anuncio oficial. Hay que recordar que la devaluación monetaria sirve precisa-mente para combatir los riesgos mencionados. Se trata de un intento por enderezar las exportaciones y estimular la inflación. Ciertamente, esta decisión puede entreverse como la voluntad de las autoridades chinas de incorporar el yuan al selecto elenco de divisas a las que el Fondo Monetario Inter-nacional reconoce la condición de moneda de reserva. Pero dada la problemática de la ralentización, no podemos evitar pensar que la guerra de divisas cobra un cariz distinto en este caso. A sabiendas de que el mal dato de las exportaciones se debe en esencia a la débil demanda de Europa y Japón, la medida puede interpretarse como una reacción a los programas de relajación cuantitativa del Banco Central Europeo y del japonés. Inmersos en tal contexto, los activos fi-nancieros mostraron una elevada volatilidad.