Felipe Carballo Ríos.
Doctor en Ciencias Económicas.
El lento pero continuado Proceso de Paz de los últimos años y un conjunto de medidas económicas implantadas en paralelo, han permitido a la economía Colombiana en el último trienio romper la atonía del circulo vicioso que componían el conflicto político armado, la lucha contra el narcotráfico y los desequilibrios sociales que desde décadas marcaba la agenda inmediata que hipotecaba el desarrollo y crecimiento del País.
Y no es para menos, en un momento en que la mayoría de los países de América Latina en mayor o menor medida, están sufriendo rápidas caídas en sus PIBs, como consecuencia del aumento de la recesión mundial en el último año, como es el caso de Brasil que prevé un escaso 0,4%, Argentina se negativiza con un -2,4%, México difícilmente alcanzara el 2,3%, mientras que Perú puede remontar al 3,4% y Chile que con un 2% empieza a estancarse, solo Colombia con valores cercanos al 5% aparece como la economía más consolidada de A.L. y en especial del Grupo de la Alianza del Pacífico, que aunque debilitado aún mantiene el tirón en la Región.
Parece claro que llegar a esa envidiable posición económica, no es fruto de un día sino de unas políticas nacionales, en especial económicas, fruto de una cierta sensatez en su aplicación en los últimos años. Su economía marcada por Balanzas por Cuenta Corriente equilibradas, normalmente con superávits comerciales que se suma a un flujo internacional inversor, que este año multiplicara por tres la del ejercicio anterior apoyada en un endeudamiento público, que sin superar un envidiable 30% del PIB, está permitiendo colocar Deuda Pública en los mercados financieros a los tipos más bajos de los últimos 50 años; todo lo cual, sumado a un déficit presupuestario de un asumible 1,5%, se inscribe en un conjunto de políticas liberales “low profile” cauteladas por la tradicional ortodoxia monetaria del Banco de la República.
Al mismo tiempo, la elevada liquidez de los Mercados Financieros, genera unos flujos financieros, desconocidos desde hacía más de 40 años hacia los países de la Región, generando superávits de sus Balanzas de Pagos. Esta coyuntura propicia, como no podía ser de otra forma, la tentación de las políticas expansiva del gasto y la inversión pública, que solo a duras penas la “independencia” de los Bancos Centrales, a través de mecanismos de control y regulatorios como los tipos de descuento y los coeficientes de inversión, han permitido moderar, aunque difícilmente, la presión monetaria, como ha sido el caso de Brasil y Argentina en mayor medida y de Perú y Chile en menor medida.
En estos momentos en que la recesión se ceba en los países más industrializados y que la profunda aversión inversora de los Mercados Financieros se acentúa, está comenzando a ralentizar y estancar los PIBs de los países de la Región y me temo que a medio plazo se comiencen a reducir sus programas presupuestarios, de gasto social e inversión pública, volviendo a escenarios económicos más realistas, proceso doloroso y complicado, como ya está sucediendo en Brasil, pasadas las elecciones, y en menor medida aunque más lentamente, por su propia inercia económica, también en Perú y México.
En este sentido, como hemos dicho anteriormente las brillantes “perfomances” de Colombia en sus datos económicos y de Gobernanza Institucional, después de décadas de conflictos y estancamiento económico, son un caldo de cultivo para que las Instituciones del Estado caigan en la tentación, comprensible, de poner en marcha políticas económicas de gasto e inversión pública muy expansivas, contradiciendo la necesaria prudencia demostrada hasta la fecha que hizo de la necesidad virtud.
Continuar en esa vía permitirá a Colombia mantener un crecimiento equilibrado y continuo, sin sobresaltos, marcado por un desarrollo más homogéneo y estable, tanto en lo económico como en lo social que, y creo no equivocarme, dejaría en el baúl de los recuerdos, no solo la tradicional debilidad de su economía sino también su reciente y conflictivo pasado.