E pluribus unum - Moneda Única

Jesús Centenera.
Ageron Internacional.


De los Estados Unidos y lo complejo que es comprender la realidad (II)

A  veces envidio a Dinamarca, con sus daneses y su idioma danés, y a Portugal, con sus portugueses y su portugués, con sus bacalaos y sus fados, ajenos a los problemas existenciales de muchas naciones europeas, llenas de conflictos latentes o explícitos, fruto de su complejidad lingüística, religiosa o étnica, o de una mezcla de ellas. Hay brotes centrífugos recurrentes de minorías reales o imaginadas, pero las pequeñas diferencias dentro de los países europeos se han ido difuminando por la acción combinada de la historia en común y de la evolución democrática de los “Estados del Bienestar”, que invitan a pocas aventuras radicales (aunque algunos andan un poco despistados, con sofocos permanentes ¿Será por el calentamiento del planeta?). Por el contrario, en Estados Unidos se da la paradoja de una aguda diversidad, pero con una ausencia de fuerzas disgregadoras, no estando en la agenda la independencia o la separación, ni  siquiera en los casos más extremos ¡Ay, qué bien se está de libre-asociado, “blodel”!

Aunque hay una unidad aparente en el país, ya sea  de símbolos, iconos y de una cultura cívico-política compartida (o lo que los franceses llaman “valores republicanos”), que aglutinan a la sociedad americana, no se pueden negar los fuertes contrastes socio-económicos y étnicos, ni obviar las acusadas diferencias regionales.

La diferencia económica sería para mí la más evidente, la más sangrienta y la que más contradice al “American Dream”. Si bien es cierto que Estados Unidos es el país de las oportunidades, también lo es que no hay igualdad de oportunidades en el origen, por diferencias de entorno, acceso a la educación y grupo social-étnico-económico. Algunos empiezan la carrera con una pierna, o las dos, rotas. Es cierto que hay capilaridad social, y que se mide por los méritos, pero las fuertes desigualdades socio-económicas, no mitigadas por el Estado, hacen que la competición sea más difícil para unos que para otros. Creo que el foco no debe ponerse tanto en la existencia de los multimillonarios que hay en el país, ni en el porcentaje de riqueza que manejan los mismos, sino en que no hay una función pública que de igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos.

La siguiente diferencia a destacar es, sin duda, la racial. El “melting pot” o crisol de razas y culturas es realmente cierto, como atestiguan los numerosísimos matrimonios mixtos y la coalescencia en un “homo americanus”, como resultado de feliz mezcla. Pero siguen existiendo “bolsas” de población homogénea por el color de su piel, su origen o su religión, en determinadas zonas, que muchas veces pasan a ser auténticos guetos. Así, todo el sureste negro del país, o el sudoeste hispano de inmigrantes pobres. La población reclusa de afroamericanos es casi el triple de su peso en la población total, como lo es el número de negros e hispanos en el ejército, pero no en la oficialidad. Los menores niveles de renta se agrupan en grupos como los hispanos, principalmente mexicanos, que hemos visto antes. No obstante, hay que huir del reduccionismo, ya que hay muchos hispanos ricos en Miami, sobre todo de origen cubano. También llaman la atención minorías religiosas como los judíos, que son mayoría abrumadora en Brooklyn, los Testigos de Jehová en Utah o las menores comunidades como los Amish en algunos condados de Pensilvania o Cleveland. Aunque, en honor a la verdad, estos grupos religiosos, fuertes y cohesionados, no tienen los problemas de las minorías raciales que veíamos antes. Algo parecido pasa con las siguientes generaciones de grupos étnicos bien asentados, de clase media o incluso media-alta, como los italo-americanos en la costa Este, los polacos en la región de los lagos o los cubano-americanos ya mencionados de Florida, o de varias comunidades chinas florecientes, que van saliendo progresivamente de sus “Chinatowns” o que decide voluntariamente quedarse en ellos.

A su vez, las grandes ciudades son más heterogéneas desde el punto de vista étnico que los condados más rurales o las pequeñas poblaciones, lo que hace que la vida sea muy diferente según sea un punto o el otro. Ese eje de gran ciudad versus pequeña ciudad, con sus zonas periurbanas, es también muy acusado. Por no hablar de las áreas rurales de lo que se viene denominando el “Bible Belt” o la América tradicional blanca y conservadora, en el Medio Oeste profundo de Estados Unidos, con su música “country” sus botas altas y sus sombreros, como anécdotas típicas de un pasado que no existió, o que, al menos, no fue como se presenta en el folklore actual. Lo más curioso es que cuando uno cree que empieza a conocer el país, se da cuenta de que tan sólo ha arañado la superficie de sus grandes aglomeraciones urbanas más turísticas. Me gusta decir, ante la estupefacción, cuando no burla de mis contertulios, que Nueva York no es América, en el sentido de que hay muy pocas ciudades como la joya más emblemática del país. Es un microcosmos que presenta un tipo de sociedad y de relaciones humanas y económicas que no son representativas de casi ninguna otra en el país.

Y luego están las personas. Cada hombre es un mundo. Cada familia una galaxia, cada ciudad un cosmos. El hecho de la diversidad se entiende mejor si se llega a entender que más allá de los parecidos y las diferencias, superficiales y profundas, merece la pena fijarse en los individuos y no andar colocando etiquetas, sea un afroamericano de Chicago, o un portugués del Algarve. Como decía Steinbeck: “Nuestra especie es la única capaz de crear, y posee solamente un instrumento de creación: la mente individual de cada hombre. Nunca dos hombres crearon algo. No existen buenas colaboraciones cuando se trata de música, arte, poesía, matemáticas o filosofía. Después que ha tenido lugar el milagro de la creación, el grupo puede adaptarlo y extenderlo, pero nunca inventarlo. Lo valioso siempre está oculto en la mente solitaria de un hombre.”

 

Jesús Centenera
Agerón Internacional.

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