José María Triper
Corresponsal económico de elEconomista.
Decíamos ayer…, -entendiendo por ayer el mes pasado, y el anterior y todos los que se han sucedido desde el ligero repunte de nuestra demanda interna-, que la historia del sector exterior de España es como ese Día de la Marmota del film protagonizado por Bill Murray, que se repite una y otra vez dejando a los protagonistas atrapados en el tiempo de forma inexorable.
Pues bien, eso es lo que sucede con nuestros intercambios de bienes, servicios y capitales con el exterior. Que se convierten en el salvavidas de la economía patria en la crisis, para volver con la recuperación a la tradicional situación de deterioro y abandono de la sociedad y los gobiernos, sin distinción de credos y familias.
Un sector exterior que tras las traumáticas devaluaciones de Solchaga en 1992 y 1993, se ha mantenido a flote por la visión y el emprendimiento de algunos empresarios y a pesar de los Gobiernos. Y que sólo ha sido utilizado por los distintos responsables económicos que en España ha habido (Rato, Solbes y Salgado) para ponerse medallas cuando iba bien, y para ensañarse con el a la hora de meter la tijera de los recortes presupuestarios y las ayudas públicas.
Políticos y gobiernos que ni siquiera han sabido aprovechar la más grave crisis económica que ha vivido España desde la Transición para cambiar de una vez por todas nuestro tejido productivo y para sentar las bases de una revolución competitiva e industrial que nos alinee con el modelo de desarrollo tecnológico, de innovación calidad, diseño, moda y servicio de los países más avanzados de nuestro entorno.
Aquí, tras siete años de recesión, de rebajas salariales, de recortes de los derechos laborales y sociales y de empobrecimiento colectivo, seguimos fiando todo al turismo y al repunte de la construcción. El mismo gigante con los pies de barro que nos sumió en la depresión y frente al que de nada han servido las proclamas de los Gobiernos por la internacionalización de las empresas. Porque eran sólo eso, propaganda vacía sin convicción y sin recursos.
Y así ha pasado que han bastado unas pocas décimas de crecimiento sostenido en la demanda interna para que el sector exterior se retrotraiga a la situación de 2007, cuando teníamos el mayor déficit comercial per capita del mundo. Y lo que todavía es peor, para destruir la capacidad de financiación que habíamos alcanzado en 2013 y que nos permitía ya no sólo no recurrir al endeudamiento ajeno para financiar el crecimiento, sino empezar a devolver la deuda. Y es que, desgraciadamente, nuestros gobernantes, como en el Día de la Marmota, están también atrapados en el tiempo, y sin remedio.