Jesús Centenera.
Ageron Internacional.
De la tecnología que usamos (o no)
La lucha de los dioses es un espectáculo majestuoso, difícil de narrar con palabras, y casi imposible de entender por los mortales, pensó el aterrorizado timonel. Sobre todo, si los que se enfrentan no son dioses menores del panteón, sino el irascible Zeus y su colérico hermano Poseidón, que provocan que el mundo se vuelva un caos en medio del cual su pobre esquife estaba condenado de antemano. Surgen sus puños en forma de olas gigantes, que zarandean a la frágil embarcación, mientras intentan dañar la mandíbula del padre Olímpico. Éste, a su vez, dejar caer de los cielos toda su furia, en forma de una tromba de agua con la furia de mil tormentas, y agita el viento huracanado con su manto, lanzando, además, rayos indiscriminadamente. No sabemos cómo acaba esa pelea, porque nadie sobrevive, ya que la nave cretense se precipita al fondo, con su desdichada tripulación y su mercancía.
Y allí, junto a la isla de Anticitera, dormirá el sueño de los justos hasta principios del siglo XX, cuando los pendencieros hermanos remueven involuntariamente la arena que cubre el pecio en otra de sus interminables peleas. Esta vez son unos pescadores griegos quienes, surcando la zona con sus artes, alcanzan a ver los restos. Al subirlos, encuentran algo asombroso. Se trata de una pieza metálica, de color verduzco, que presenta algo parecido a varios discos unidos entre sí y lo que parecen pequeños engranajes. Durante algo más de medio siglo, volverá a dormir la pieza el sueño de los justos, siendo un enigma imposible de resolver. Finalmente, se crea una comisión multidisciplinar, que, aplicando técnicas de tomografía lineal, fotografías en 3D, rayos X, análisis histórico, lingüístico y arqueológico, llega a la conclusión de que la pieza es en realidad, un mecanismo de más de dos mil años de antigüedad para… ¡predecir eclipses de sol y de luna, así como para ver la posición relativa de los primeros cinco planetas en el cielo! Se produce estupor, asombro e incredulidad, ante semejante descubrimiento, incluso teniendo referencias indirectas al objeto por los escritos de Marco Tulio Cicerón.
Desde los cazadores neolíticos durmiendo al raso atónitos, el hombre siempre ha observado la bóveda celeste y sus astros majestuosos, boquiabierto ante su grandeza, abrumado ante nuestra pequeñez. Pero son los babilonios, que habitaban en esa cuna balanceante de la historia de la humanidad, formada por el Éufrates y el Tigris, organizados en una sofisticada sociedad, los primeros en dejar huella de su ansia por aprehender el conocimiento astronómico, sobre todo del sol y la luna, pero también esas cinco extrañas estrellas que vagan por el cielo de la noche. Siglos de observación se traducen en calendarios astronómicos, pero será la genialidad de los griegos, y su dominio de las matemáticas, la que acabe transformándolos en aparatos mecánicos como la máquina de Anticitera, hundida en una tormenta y puesta al descubierto en otra.
Lo que tiene de extraordinario es la mezcla perfecta entre tantos elementos del saber humano: por un lado, el conocimiento secular acumulado por varios pueblos y civilizaciones; por otro, la precisa tecnología mecánica, con su complejidad en la concepción del diseño y su finura en la aplicación constructiva; finalmente por la belleza en la artesanía y por la simplicidad en la presentación de los resultados.
Así, nos esmeramos nosotros también como artesanos en los estudios de mercado que nos encargan nuestros clientes, buscando siempre esa información oculta, ese dato escondido, para desvelar los misterios arcanos, pero también los enigmas actuales, en cada uno de nuestros estudios, con una mezcla entre científicos, empresarios, detectives, sabuesos y artesanos. Para realizar esa tarea, contamos, al mismo tiempo, con herramientas que nos ayudan en nuestra tarea, con mayor o menor fortuna. En primer lugar, destacar los programas de “software” de transcripción de voz, para copiar automáticamente las largas horas de grabación de entrevistas a expertos, o de reuniones de dinámicas de grupo, sin tener que teclear todo de manera monótona y aburrida. Por otro lado, los sistemas de escaneado en punto de venta, pasando un pequeño aparato lector por las etiquetas o por los precios, o bien las fotos digitales de los precios al hacer la toma de datos, denominados en inglés “store-check”, que nos ahorran muchas horas en las tiendas, supermercados y “boutiques”, pudiendo registrar los mismos más tarde en el acogedor ambiente de la oficina, con una “relaxing cup of café con leche”, en lugar de estar sentados en el pasillo de un supermercado o en el de una incómoda, tienda de moda.
Amamos la tecnología, tan útil y tan elegante en sus planteamientos. Y, sin embargo, como hijos de una generación arrollada por los tiempos, nacida al calor del papel impreso, nos gusta, a veces, seguir apuntando en una libreta con rayas horizontales los precios, los datos y los comentarios de los expertos, al igual que nos atrae posar la cabeza, como poetas decimonónicos desmayados, entre las páginas de un buen libro tradicional, para impregnar nuestros sentidos del olor a tinta, hasta el punto que ya no distinguimos si la misma nos llega por el olfato, el gusto, el tacto o la vista, de lo cerca que nos ponemos del mismo. Sin ser refractarios a las nuevas tecnologías, a veces nos aferramos de manera casi infantil a la seguridad del mundo en el que nos criamos y que ya no existe.
Como no existe ya ese cielo primigenio de hace dos mil y pico años que reflejaba el mecanismo de Anticitera en el que coalescían todos los conocimientos de la antigüedad, de Babilonia, Egipto, Asia Menor y Grecia, pero no porque los astros celestes se hayan desplazado, sino porque la ciencia ha desnudado el misterio y la fascinación por los fenómenos cósmicos, reduciéndolos a leyes y teoremas, hasta el punto que hay ignorantes que creen que las tormentas marinas en el Egeo son sólo fenómenos naturales, provocados por las diferencias de temperatura, y no una eterna guerra olímpica.
Jesús Centenera
Agerón Internacional.