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Opinión

El difícil aniversario de un gobierno bajo sospecha

Jose-Maria-Triper

José María Triper
Corresponsal económico de elEconomista.


Nunca un Gobierno que generó tanta ilusión y expectativas las ha dilapidado en menos tiempo. Éste es el oscuro panorama que hoy, un año después de las elecciones generales del 20 de noviembre, define la percepción y el sentimiento popular respecto de la gestión política y los resultados del Ejecutivo popular, con Mariano Rajoy a la cabeza.

Un Gobierno entre la espada y la pared por la presión de los mercados y el agravamiento de una crisis económica que no ha hecho más que empeorar desde su llegada a La Moncloa.

Los números no engañan, y, si nos atenemos a ellos, vemos cómo la economía española, que creció un 0,7 por ciento en 2011, ha entrado este año en recesión para cerrar el ejercicio con un crecimiento negativo del -1,5 por ciento, en el mejor de los escenarios, y con previsiones similares para el año 2013. Evolución parecida muestra la marcha de la deuda, que en sólo un año ha crecido en torno a 20 puntos, hasta el 90 por ciento del PIB. Entretanto y a pesar de la entrada en vigor de la reforma laboral, el desempleo ha crecido en casi medio millón de personas, pasando de 5.273.000 parados en diciembre a 5.693.000 en este octubre, mientras que todos dan por descontado que llegaremos a 6.000.000 personas sin trabajo al cierre del año 2012 y sin perspectivas de retorno a corto plazo.

Y todo este escenario negativo se concreta en un entorno de promesas incumplidas, recortes de servicios sociales, subidas de impuestos que asfixian el consumo y la inversión, rebajas salariales, y empobrecimiento general –casi dos millones de niños viven ya en este país en un contexto de pobreza– que ha generado una contestación social generalizada, desde los funcionarios hasta los padres de alumnos, pasando por los empresarios, los autónomos, los profesionales… y con la convocatoria de de una nueva huelga general y un estallido independentista en Cataluña que el Ejecutivo ni esperaba ni acierta  a manejar.

Porque, además de su sumisión al puritanismo económico de la señora Merkel, que ya hemos visto adónde ha llevado a Grecia y Portugal, lo que más se reprocha a este Gobierno es el incumplimiento de todas las promesas y principios de su programa electoral. No vamos a subir impuestos, decían. Incluso Mariano Rajoy se comprometió a ello en su discurso de investidura, para, a las primeras de cambio, atacar con una subida del IRPF y rematar en julio con un alza de 3 puntos en el tipo general del IVA y suprimir las deducciones por vivienda habitual  a muchas de las que tenían en sociedades las empresas. Un aumento de la presión fiscal que convierte a España en uno de los países europeos con mayores tipos de gravamen tanto en imposición directa como indirecta.

También en esa investidura el presidente del Gobierno trazó las ‘líneas rojas’ de su política de ajustes en la educación y la sanidad. Pues fueron de las primeras en caer, con el pago de las medicinas incluido.

Y así ha ocurrido también con la Ley de Emprendedores, que dijo se aprobaría antes del primer trimestre; la promesa de reformar el IVA para que los autónomos y pymes paguen el impuesto sólo cuando cobren efectivamente la factura; la rebaja de un punto en las cotizaciones sociales de los empresarios; o con la ‘hucha’ de las pensiones, además de un largo etcétera que nos lleva hasta el proyecto de Presupuestos para 2013, en los que las partidos para las políticas de Servicios Sociales y Promoción Social se rebajan el 14,4 por ciento.

Eso sí, la reforma de la estructura del Estado, con unas comunidades autónomas cuya financiación cuesta 85.000 millones anuales y que gastan 350 millones al año para mantener los 17 Parlamentos, además de las Diputaciones, Ayuntamientos, empresas públicas, fundaciones y demás, incluido un Senado que sigue siendo el “lujo constitucional” del que hablara Camilo José Cela.

Si a todo esto añadimos una reforma laboral inacabada que no está creando empleo y una reforma del sistema financiero que ya va por su cuarto fascículo y que nunca acaba, pues resulta fácilmente entendible el aislamiento que tienen Rajoy, sus ministros y su partido, en el Parlamento y en la calle.

Y si inquietante es el escenario interno, no menos difícil está fuera de nuestras fronteras, donde la credibilidad del Gobierno está bajo sospecha en Europa, con graves descalificaciones a la figura de Rajoy en la prensa anglosajona, y una Marca España que, por mucho que se empeñe en venderla el ministro Margallo, es hoy una rémora para nuestros empresarios y para nuestras exportaciones.

En Europa, son muchos los que le reprochan a Rajoy haber escogido mal a sus compañeros de viaje. En lugar de hacer un frente común, como la Italia de Monti y la Francia de Hollande, Mariano prefirió echarse en los brazos de la señora Merkel. Cierto es que hora parece que quiere rectificar y buscar alianzas con quienes debería. Esperemos que no sea tarde.

Y fuera del Viejo Continente, pues ya vemos el respeto que impone nuestro Gobierno en la Argentina de Kichner –por cierto, todavía estamos esperando esa “respuesta contundente” que anunciaron Margallo y Soria tras el latrocinio de YPF–, en la Bolivia de Morales o en la Venezuela de Hugo Chávez. Contenciosos graves todos ellos, ante los que EEUU y la UE prefirieron lavarse las manos y considerar que no eran de su competencia. Como tampoco van a entrar en el caso catalán. “Son asuntos internos”, dicen. Y mientras, Margallo a seguir vendiendo Marca España en lugar de defenderla.

José María Triper
Corresponsal económico de elEconomista.

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